ISSN: 2594-2751

Violencia, mujer y discapacidad. El rostro oculto de la desigualdad

María Teresa García Eligio de la Puente

“Nunca se entra, por la violencia, dentro de un corazón.”

Winston Churchill

ABSTRACT

El presente estudio aborda el tema de la violencia en la mujer con discapacidad a partir de los resultados de varias investigaciones llevadas a cabo por María Teresa García y colaboradores en la Cátedra de estudios sobre Discapacidad de la Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana. Se explicitan los resultados en muestras de personas sin discapacidad y con discapacidad, en especial en las mujeres con discapacidad. Se encontró a grandes rasgos cierto desconocimiento del tema de la violencia en general, mientras que en específico, se observó que aquellas mujeres que son víctimas de violencia lo encubren, niegan o se culpan de la misma. No se ve como un problema, sino como algo normal y natural que es parte de la cotidianidad, expresando que, por ser un problema íntimo no debe exhibirse o comentarse. Se pudo observar una doble discriminación en las mujeres con discapacidad, teniendo en cuenta su condición y su género. Se evidencia la necesidad de continuar trabajando en el tema y brindar información a la población, así como ayudar a visibilizar el problema socialmente.

Palabras clave: Violencia, mujer, discapacidad, mujer con discapacidad

Intrucucción

La violencia es tan antigua como la humanidad, sin embargo, no debemos aceptarla como algo normal e inevitable. Se ha tratado de eliminar a través de diferentes programas, abordajes científicos, intervenciones, etc., sin embargo, continúa presente en nuestra vida como comportamiento deliberado que puede provocar daños tanto físicos, como psíquicos.

Diferentes investigaciones demuestran (Rosenberg, et al., 2006; Mercy, Butchart, Rosenberg, Dahlberg & Harvey, 2008) que es posible prevenirla y/o disminuir sus efectos, no obstante estamos lejos aún de conseguirlo, ya que la propia sociedad nos condiciona a la misma. En ocasiones las políticas generales se contraponen a prevenir o disminuir la violencia, pues brindan posibilidades infinitas de llevar a cabo actos agresivos, por ejemplo, se venden armas en muchas ocasiones de forma indiscriminada; las series televisivas ponderan la violencia y la repiten hasta la saciedad, los videojuegos cada vez más populares entre los niños, niñas y adolescentes entrañan mucha violencia en algunos casos, en otros siempre existe alguna brutalidad, crueldad o dureza presente; el acoso y la agresión hoy en día resultan algo socialmente legítimo; así como se ejerce una crianza desigual entre niños y niñas, donde persiste el androcentrismo y se identifica a las niñas como las que deben subordinarse a la autoridad paterna y a los niños con modelos violentos de comportamientos.

También existen muchos factores de riesgo que pueden estar facilitando la violencia, como son las dificultades económicas, las dinámicas familiares conflictivas, el alcoholismo, la drogadicción, la poca protección a las minorías étnicas y sociales, la baja autoestima, etc., por solo mencionar algunos.

A nuestro modo de ver, la violencia es parte inseparable de cierta discriminación, exclusión, desigualdad, falta de derechos y libertades. Por ello, se manifiesta con fuerza en los sectores más marginados de la población como son las mujeres, las etnias, las personas con discapacidad y las minorías en general (García y Castro, 2006; Rubiera, 2010).

Por supuesto, estos sectores son más vulnerables a la violencia teniendo en cuenta las condiciones de desventaja que presentan en la sociedad y que les impide incorporarse al desarrollo y acceder a mejores condiciones de bienestar (Organización Panamericana de la Salud, 2013).

La mujer con discapacidad 

Estamos en presencia de una doble vulnerabilidad al dedicar nuestro artículo a las mujeres con discapacidad. Es necesario analizar que estamos ante una forma peculiar de violencia que se ejerce teniendo en cuenta estos dos factores: el género y la discapacidad. Incluso resulta curioso conocer que habitualmente estos dos factores “(…) no han sido considerados ni por las políticas en materia de violencia contra la mujer, ni tampoco por las dedicadas a las cuestiones de discapacidad” (Peláez, 2013, p. 11).

La violencia contra las mujeres ha sido definida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como “cualquier acto de violencia basado en el género que produzca, o acabe produciendo resultados de daños físico, psíquicos o sexual o sufrimiento en la mujer, incluyendo amenazas de tales actos, coacción o privación arbitraria de libertad, ocurriendo esto tanto en el ámbito público como privado” (1994, p.1).

Ya de por sí, la relación entre género y violencia es compleja, puesto que las diferencias en las funciones de género y los comportamientos crean desigualdades a partir de lo cual un sexo se potencia en detrimento de otro. De esta manera, en muchas sociedades las mujeres tienen una posición social inferior, ya que se encuentran subordinadas a los hombres y siguen siendo desfavorecidas tanto dentro del hogar, como fuera de él. Recordemos que el trabajo del hogar no es remunerado y el que se realiza fuera del hogar encuentra discriminaciones que van desde un sueldo más bajo y hasta cierta discriminación por un posible embarazo.

A esto, en el caso que nos ocupa, se agrega una desigualdad mayor cuando la mujer presenta una discapacidad cualquiera que esta sea, ya que es considerada menos capaz, problemática, incompleta, a veces siendo privada de tener una familia, considerándolas asexuales. Por tanto, el trato que reciben desde la niñez por parte de la sociedad e incluso de su propia familia, es el de estropearles la posibilidad de ser madres, aunque por supuesto con la mejor intención y todo esto siendo solo una muestra de las dificultades que trae ser una mujer con discapacidad.

De acuerdo a la OMS: “Más de mil millones de personas viven en todo el mundo con alguna forma de discapacidad” (2011, p. 1) y las mujeres tienen una incidencia más alta de discapacidades que los hombres (2011, p. 3).

Nuestras investigaciones

En la Cátedra de estudios sobre Discapacidad de la Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana se realizaron diferentes investigaciones sobre la mujer con discapacidad dirigidas por nosotros que trataremos de sintetizar a continuación:

Ha sido llamativo que en Cuba, la mujer con discapacidad no es mayoría, aunque no resulta significativa la diferencia, ya que en los estudios realizados encontramos que el 43% de las personas con discapacidad son mujeres y el resto pertenecen al sexo masculino (García, et. al., 2012). 

El estudio se realizó con una muestra representativa de personas tanto con discapacidad, como sin discapacidad aparente y se registraron diferentes estadísticas de las asociaciones de personas con discapacidad en Cuba, facilitadas por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, órgano rector de la discapacidad en Cuba (García et al., 2012). 

Los diferentes estudios abarcaron una muestra de toda la población del país teniendo en cuenta el censo de población y vivienda de la República de Cuba de 2008 (García, et. al., 2012). Se controlaron diferentes variables como edad, género, escolaridad, lugar de residencia, tipo de discapacidad y tipo de violencia ejercida o asumida.

En general se encontró cierta imagen —que es negativa— al valorar la violencia, sin embargo, la mayoría de las personas que participó en la investigación ni siquiera mostró conocimientos acerca de la violencia, especialmente consideraban que en Cuba no era un problema a tener en cuenta y muchas de las mujeres con discapacidad que son receptoras de violencia ni siquiera lo reconocen. Digamos que teóricamente las personas consideran muy negativa la violencia (87%), pero no saben a profundidad de qué se trata o qué puede considerarse violencia y qué no lo es.

Así, las mujeres con discapacidad, como sin ella, nos argumentaban lo negativo de la violencia y sus resultados perjudiciales para las mujeres, las familias y los hijos. Argumentaban acertadamente que no se debe permitir la violencia en ningún caso, que en realidad es una de las características de la sociedad que hay que repudiar y combatir, sin embargo, como veremos posteriormente, la dificultad principal que se presenta es el desconocimiento de qué es violencia y de por qué algunas formas de violencia se encubren en la sociedad. Algunos ejemplos los brindamos a continuación:

M. C.: “(…) la violencia es mala, no debe existir, todo el mundo sufre en la casa, en la familia, especialmente los hijos y es fea de verdad (…)”

T. G.: “(…) no estoy de acuerdo con la violencia, es una maldición, pero creo que aquí1 no hay mucha (…)”

Estas mismas personas al preguntarles qué consideraban como violencia no supieron responder de manera adecuada, ya que solo distinguían como violencia su forma física y de manera muy limitada, pues por ejemplo no consideraban ser agredidas al recibir “un empujón”, “un zarandeo”, “un pequeño jalón de pelo” o algo similar por considerarlo puntual y poco representativo de violencia, es decir, para que consideraran como violenta alguna conducta debía ser extrema y con consecuencias muy evidentes, o sea, tener la necesidad de asistir a un hospital o pedir alguna ayuda especializada por considerarse en peligro la vida. De esta forma como puede observarse, las personas estudiadas en su mayoría consideran violencia solo la forma física extrema de la misma donde corre peligro la vida y donde las consecuencias son más que fatales y evidentes.

Además, muchas de las mujeres con discapacidad trataban de ocultar la violencia a la cual estaban sometidas (24%), en tanto que les daba vergüenza o temor contarlo o reconocerlo, otras pensaban que era mejor olvidar ese pasado obscuro de su vida (38%), y otras más hasta se sentían culpables de lo que les había ocurrido (38%).

Ejemplo de ello lo tenemos en estas tres mujeres: dos con discapacidad y la otra sin ella:

R. H.: “yo soy víctima de violencia, pero por favor que quede entre usted y yo, no quiero que se sepa, usted sabe cómo es eso, ¿verdad?”

Y. O.: “Mire, creo que la verdad es que yo provoco a mi marido y por eso me insulta y hasta a veces me ha pegado, pero se me olvida y lo vuelvo a hacer (…) tengo que superar esto yo misma o voy a provocar un problema mayor”

M. M.: “(…) no estoy segura del motivo por el que ocurrió,2 pero de lo que si estoy segura es que tengo que borrarlo para siempre, así es mejor, si lo borro no hace más daño (…) eso es lo mejor definitivamente”.

2  Está refiriéndose a un episodio de su vida donde recibió mucha violencia por parte de la familia.
3  Se refiere a una agresión física.

Se pudo observar además, que aquellas personas que conocen cercanamente a alguna mujer con discapacidad sometida a cualquier tipo de violencia, presentan actitudes más adecuadas y realistas que las que no tienen entre sus conocidos a personas en esta situación. La valoración más objetiva la encontramos en las personas que tienen entre sus amigos, conocidos o familiares a una mujer con discapacidad en situación de violencia. Así nos referían en las entrevistas que esa mujer estaba sometida a violencia y que muchas veces no se daba cuenta o lo negaba, por su parte, al entrevistar a esas mujeres nos revelaban la situación distorsionando un poco la realidad, por ejemplo: “en ocasiones mi familia me reclama que debo ser diferente, que soy una inútil por mi propia discapacidad y a veces los desespero tanto que me atacan,3 pero yo sé que me quieren, lo que pasa es que por mi propia condición de discapacidad y el hecho de no poder hacer lo mismo que hacen otras mujeres los desespero y llegan a agredirme”.

Una persona sin discapacidad que tiene entre sus amigos a una mujer con discapacidad sometida a violencia nos explicó: “creo que es víctima de violencia y nisiquiera se da cuenta (…) si se lo he dicho, pero se ha puesto brava conmigo, yo puedo entender que ella ni siquiera pueda defenderse por su inmovilidad, pero pudiera hacer la denuncia, claro que me doy cuenta que le tiene miedo a quedarse sola, no tener quien la ayude, pero yo digo es mejor estar solo que mal acompañado.”

Estos resultados nos brindan la posibilidad de afirmar que de forma evidente existe una doble discriminación en estas personas, ya que se exhibe una primera discriminación al tener en cuenta la mayor o menor capacidad física o intelectual de la persona que puede derivar en frustración y violencia en la persona que la padece, y una discriminación por razones de género que comparte con el resto de las féminas de la sociedad. A esto habría que añadir que en las mujeres con discapacidad se evidencia una contradicción que se hizo presente en nuestras investigaciones en sus argumentos y respuestas y que es la siguiente: existe en las mujeres con discapacidad un enfrentamiento entre los papeles tradicionales asignados a la condición de mujer y la negación que se presenta de los mismos en la mujer con discapacidad, aumentando de este modo su condición de vulnerabilidad ante la violencia.

Las comparaciones realizadas entre los subgrupos creados por las variables controladas arrojaron los siguientes resultados: los rangos de edad correspondientes a la adolescencia (de 12 a 15 años) y a la juventud temprana (de 16 a 25 años) resultaron los que más comprendieron en realidad la violencia, es decir, conocían a qué nos referíamos al hablar de violencia, tanto en el caso de las personas con discapacidad, como las que no tenían discapacidad, por supuesto con algunas limitaciones, como no considerar la violencia psicológica que oculta la agresión pero que es violencia de todas formas, aunque en menor cuantía. De esta forma encontramos que en estos rangos de edad el 87,5% tenía una objetiva idea de qué es violencia y sus posibles tipos. En la medida que aumenta la edad existe una tendencia a tener menos conocimiento sobre la violencia y a “hacerla invisible” en alguna medida. Esto ocurre tanto en el caso de las mujeres con discapacidad estudiadas, como en las personas sin discapacidad entrevistadas.

Esto nos hace pensar que las personas de menor edad están “menos contaminadas” con prejuicios y estereotipos, que hacen pensar en evidencias desfavorables o en confusiones sociales, por decirlo de alguna manera. Además han estado sometidas a mejor información sobre la violencia y la discapacidad que las personas de más edad que siguen teniendo prejuicios y estereotipos al respecto y no recibieron información al respecto, sino todo lo contrario, que fueron sometidas a ideas falsas y prejuicios sustentados. En ocasiones defienden al agresor o al menos lo justifican, depositando en la agredida la responsabilidad del acto. Esto además hace sentir muy mal a la persona agredida en tanto que aparte de sufrir las consecuencias de la agresión, se sienten responsables de la misma.

De esta forma escuchamos afirmaciones como las siguientes: “es que hay que comprender que algunas mujeres provocamos tanto a los hombres y a la familia que merecemos lo que nos dan”. Esta referencia es de una mujer sin discapacidad que no sabemos si había sido agredida, pues siempre negó esa condición, pero que se notaba muy nerviosa al hablar del tema y presentaba una conducta extra verbal que llamaba la atención (miraba a todas partes, se llevaba la mano a la boca para hablar, se mordía los labios, no miraba a los ojos a su interlocutor).

Otra mujer, en este caso con discapacidad, nos dijo: “yo sé que está mal lo que hace mi esposo, eso de pegarme, decirme cosas malas, me hace sufrir, pero qué voy a hacer, eso me tocó y tengo que seguir, a nadie le interesa y hasta me consideran mala persona por eso (…) una vez lo dije a un familiar y su respuesta fue (…) quien sabe qué tú le hiciste para que él te hiciera eso.”

Con relación al género, existe una predominante aceptación de la existencia de violencia contra la mujer con discapacidad por parte de los sujetos del sexo masculino (65%) con relación a las mujeres (35%). Las opiniones sobre la violencia en la mujer con discapacidad reflejan algo que se ha encontrado en otros trabajos investigativos: las mujeres han sido históricamente más conservadoras, más tradicionales y al parecer más prejuiciadas. Incluso los hombres advierten que es una realidad que se discrimina a la mujer por cuestiones de género y de discapacidad, lo cual no fue admitido tan abiertamente por las personas con discapacidad, en especial por las mujeres, ni siquiera aquellas que de alguna manera refieren cierta discriminación y violencia en sus vidas.

Por ejemplo una mujer con discapacidad nos expresó: “yo no creo que las mujeres con discapacidad tengamos más problemas, más bien eso lo creen otros porque tenemos discapacidad (…) siempre es igual”

Un hombre nos dijo: “sí, definitivamente debe haber más violencia con las mujeres con discapacidad; si ya de por sí tener discapacidad es un problema y ser mujer se convierte en otro para muchas personas, claro que sí se convierte en una doble dificultad”.

Con relación al nivel de escolaridad, se pudo observar que las personas de la muestra exhiben una actitud inversamente proporcional entre la aceptación de la existencia de violencia en las personas con discapacidad y el nivel escolar, es decir, las personas de la muestra con escolaridad primaria y secundaria obtuvieron los más altos índices de conocimiento y/o reconocimiento hacia la existencia de violencia (58%) al compararlos con otros niveles escolares (32% preuniversitario y técnico medio; 20% de aceptación las personas con nivel universitario). Consideramos que se debe a que mientras mayor es el nivel escolar mayores son las expectativas, lo que lamentablemente se lleva a diferentes esferas de la vida, incluyendo la negación de actitudes y actos negativos de la población, lo cual ayuda a ocultar una cuestión tan lacerante como es la violencia y más en este sector de la población que resulta tan discriminado e ignorado.

Una persona con nivel universitario nos comentó lo siguiente: “a mí me parece que la violencia en este país no es un problema, puede existir casos aislados, pero violencia, violencia no, definitivamente no creo que sea una situación preocupante ¿o sí? (…)”.

Sorprendentemente con relación al lugar de residencia, encontramos que las personas estudiadas tanto con discapacidad, como sin ella que residen en la Capital del país, resultan las que menos reconocen la existencia de la violencia en las mujeres con discapacidad con el 43%, seguido de Santiago de Cuba con el 26%. Queremos hacer notar que estas dos ciudades son las más importantes de Cuba por sus características y su densidad de población (las dos ciudades más pobladas del país). Evidentemente esto nos alarma, en tanto que siendo las dos ciudades de mayor importancia sea ahí donde con mayor frecuencia ocurren estas conductas, sin embargo, la tendencia es a la ignorancia y la ocultación.

Una persona de las encuestadas casi cae en agresión contra nosotros por estar investigando esta situación al expresarnos: “debían estar estudiando otras cosas más importantes en vez de perder el tiempo con este tema que no es un problema para nadie, solo está en la cabeza de ustedes”; argumentó que los problemas económicos, sociales y muchos más son de mayor importancia, pero desestimó la violencia como algo significativo.

Al indagar en el tipo de discapacidad, los resultados fueron similares en todos las tipologías, ya que se engloban todas las formas de discapacidad y se refiere en general que, por parte de las personas sin discapacidad aparente, en el 48%, cifra que consideramos alta, se tiene la percepción de que las mujeres con discapacidad se consideran a sí mismas como “dignas de lástima”, que “son diferentes al resto de las mujeres”, que “se creen que por su discapacidad hay que tratarlas mejor o diferentes” entre otras opiniones que denotan a nuestro entender cierta discriminación, exclusión, poco reconocimiento, por no decir absoluta ignorancia acerca de estas personas.

Varias personas creen que no existe violencia sobre ellas (61%), ya que “pueden llevar una vida normal” o porque si ellas dicen que la reciben son “sus propias invenciones”. Una persona nos lo explicaba así: “yo considero que no hay nadie que pueda violentar a una mujer con discapacidad porque la verdad no llegan a ser verdaderas mujeres, las pobres no creo siquiera que deban casarse, allá las que lo hagan (…) la naturaleza no se los permite (…) no, no creo que sufran violencia si son dignas de lástima”.

En el caso de las personas con discapacidad y en especial las mujeres con discapacidad es muy significativo que traten de ocultar la situación de violencia y hasta justificarla. En primera instancia la niegan, dicen que no existe, que las tratan “normal”, que la vida es así, que todo esto es usual en la vida de todas las personas siendo que algunas lo dicen y exageran y otras lo mantienen reservado para su propio conocimiento. Es lamentable conocer que el 38% de las mismas dicen haberse criado en un hogar donde existían gritos, infidelidades, algunos golpes incluso, que esa era su vida cotidiana y que en estos momentos para ellas resulta mucho mejor su familia y su pareja que lo vivido y sentido en su familia originaria, por tanto no tienen de qué quejarse, ni deben decir que sienten rechazo, violencia o maltrato, pues en general han superado esas dificultades. Algunas (23%) consideran todo eso como “parte de la vida” y no lo consideran violencia, sino características de la cotidianidad, parte de la vida de una familia, de una comunidad, etc.

Por tanto, vale destacar que “bajo el manto sagrado del hogar, dulce, hogar” se esconden diferentes formas de violencia de que son víctimas las mujeres con discapacidad, lo cual creemos no difiere mucho de lo encontrado o referido por distintos investigadores acerca de la mujer en general, aunque más pronunciado por la doble condición a la cual hemos hecho referencia, y es que no sólo se les discrimina y ejerce violencia por ser mujeres, sino también por tener una discapacidad.

Finalmente se indagó acerca del tipo de violencia. Las personas sin discapacidad refirieron en su mayoría (67%) la violencia física, y en alguna medida (42%) la violencia sexual, sin embargo, salvo algunas excepciones (21%), no se comentó absolutamente nada acerca de la violencia psíquica, es decir, se ignora su existencia o se cataloga de manera diferente y no de violencia.

Es interesante recalcar cómo la violencia psicológica fue la más difícil de delimitar, pues incluye a nuestro entender la humillación a la víctima; diferentes amenazas de daño; diversas formas de falta de respeto; hipercriticismo, todas ellas minimizadas por la población en general y en especial por las mujeres que la padecen o la han tenido presente en algún momento en sus vidas. Le brindan otros calificativos y le dan muchas explicaciones y diferentes justificaciones que poco tienen que ver con el fenómeno manifiesto, pero que lo dicen con un convencimiento asombroso.

Por ejemplo una persona sin discapacidad nos refiere que: “claro que existen diferentes formas de maltrato, cuando le dan a uno o cuando la obligan a tener sexo, por supuesto”, al preguntarle sobre la violencia psicológica nos respondió: “a veces las personas son así dicen cosas que no sienten, a eso no le hago caso nunca (…) como va a decir que eso es violencia, no creo”.

Las personas con discapacidad, y especialmente las mujeres coinciden con los resultados anteriores (69% acerca de la violencia física, 44% sobre violencia sexual y solo el 20% sobre la violencia psíquica). Es importante señalar que las mujeres con discapacidad se sienten muchas veces culpables de la violencia que ejercen sobre ellas. Esto es algo que llama mucho la atención, pues lejos de sentirse víctimas de la situación, se sienten victimarias, lo cual es absolutamente injusto y definitivamente inadecuado.

Una mujer con discapacidad admitió que en su familia “pelean mucho, nos decimos muchas cosas (…) a mí me dicen creo yo mucho más porque ya sabe tengo mi problemita y eso los enoja algo (…) claro es que no soy igual y me tienen que soportar así (…), no creo que eso no es violencia, es parte de las relaciones.” 

Otra mujer con discapacidad que su familia nos refirió que era víctima de violencia psicológica, tanto activa (amenazas constantes, gritos, descalificaciones) como pasiva (la ignora, no le hace caso), nos respondió a la pregunta sobre violencia psicológica: “no considero que eso sea violencia, agresividad o cualquier otra cosa que se parezca, eso es forma de ser de mi esposo (…) él es así y nadie lo va a cambiar, yo lo conozco y se cómo tratarlo y qué hacer cuando se pone a gritar y a pelear (…), las personas no entienden, pero yo tranquila porque sé lo que hago.”

Al indagar sobre cuántas de las mujeres con discapacidad de las entrevistadas habían sido víctimas de violencia, solo el 51% lo considera de forma abierta, aunque lo reconocen como un problema íntimo y doméstico, lo cual hace que sea silenciado en la mayoría de los casos y que no se considere un asunto a resolver con ayuda de personas externas a la familia o al círculo íntimo. Muchas de ellas nos pidieron que no publicáramos su situación bajo ninguna circunstancia, y que hiciéramos cuenta que no sabíamos nada al respecto, pues no están dispuestas a acusar a nadie, ni a decir lo que les ocurre. El silencio es el mayor “aliado” de estas personas y consideran innecesario explicar, exigir, comentar, o realizar alguna acción alrededor de esta situación.

Sin embargo, al examinar en detalle las conductas manifiestas tanto en el seno de la familia, como en el ámbito laboral y/o amistoso, pudimos comprobar que muchas de ellas (88%) habían sido víctimas de alguna violencia que las discrimina, las subvalora y las minimiza como personas. Claro que esto fue catalogado por nosotros y no por ellas mismas, ya que manifestaron en todo momento pocas posibilidades de considerar algunas de las manifestaciones de violencia como tal. Aquí nosotros estamos incluyendo tanto violencia física, como sexual y psicológica.

Todo esto nos da una idea acerca de la necesidad de trabajar más en la difusión de la violencia entre las personas en general y en especial en las mujeres con discapacidad, que, lejos de asumir un rol activo y protagónico, exhiben un rol pasivo y defensivo a lo sumo.

Es necesario cambiar ideas, romper prejuicios, legitimar derechos y reinventar las condiciones en las cuales se ven inmersas las mujeres con discapacidad. Si tenemos en cuenta que las condiciones de vida y educación en las cuales se desarrolla un individuo van a determinar en gran medida el desarrollo psicológico del mismo, es de esperar que el de una mujer con discapacidad víctima de violencia tanto física, como sexual y psíquica, estará atravesado por ese entorno desfavorable social, de segregación y discriminatorio, que repercute en última instancia en su calidad de vida y en su posible bienestar psicológico. 

Conclusiones

Es muy compleja la relación que se establece entre la violencia, la mujer y la discapacidad, ya que, a la discriminación que trae consigo ser mujer, en una sociedad machista donde la mujer ocupa en muchas ocasiones una posición social inferior por estar subordinada al hombre, se agrega la discriminación y segregación que se mantiene con las personas con discapacidad, por ser consideradas incompletas, poco capaces, sin posibilidades de llevar una vida plena, entre otros prejuicios e incomprensiones. Esto trae consigo discriminación, la mayoría de los casos oculta o no exhibida del todo.

En el compendio de los estudios llevados a cabo por nosotros en la Cátedra de estudios sobre Discapacidad acerca de la mujer encontramos mucho desconocimiento sobre la violencia, ocultamientos, negaciones, silencios y todo género de reticencias con relación al tema. Se comete el error de justificar la violencia como algo normal, que debe ser tratado solo en el seno de la familia por ser un tema íntimo y, en no pocas ocasiones, se encontró la idea de culpabilidad en la propia víctima, como si fuera quien provocara la violencia.

Se trata de minimizar por parte de las mujeres las acciones violentas, no se califican como tal, se les da connotación de cotidianidad, de normalidad, de ser parte de las relaciones de familia, pareja, de amistad, y se resisten a considerar que son víctimas de violencia.

Se conoce la violencia física mucho más que la sexual y que la psicológica. No se consideran estas dos últimas como forma de violencia en muchas personas. Sobre todo la violencia psicológica no se le considera como tal y se ve como parte de la vida, como momentos de tensión, incomprensión y ansiedad más que como forma de violencia, también es calificada como “la forma de ser” del sujeto y no como una forma de violencia. 

Se hace necesario entonces continuar insistiendo en el conocimiento de la violencia, profundizando en los derechos que toda mujer tiene a ser tratada en igualdad de condiciones, sin discriminaciones, exclusiones o segregaciones por el solo hecho de ser mujer y tener discapacidad.

Sabemos que se ha avanzado desde el punto de vista social y de conciencia en este tema, pero realmente no ha sido suficiente. Nuestros datos hablan por sí solos.

REFERENCIAS

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García, María Teresa et al. (2012). Resumen del Informe de Investigación acerca de la Mujer con Discapacidad en nuestro medio. Consejo Científico de la Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana.

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Rubiera, Daysi (2010). Desafío al silencio. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales