“El ser humano es una totalidad, por lo que su forma de conocer, estudiar, investigar y aprender, así como la manera en que éste puede ser estudiado y comprendido, debe ser integral”
(González Garza, Caminos de Trascendencia, p. 247).
“El ser humano es una totalidad, por lo que su forma de conocer, estudiar, investigar y aprender, así como la manera en que éste puede ser estudiado y comprendido, debe ser integral”
(González Garza, Caminos de Trascendencia, p. 247).
El artículo aporta, mediante el análisis de las obras de Ana María González Garza, una síntesis de su pensamiento y un esbozo de sus aportaciones al pensamiento educativo, humanista y transpersonal en México e Iberoamérica. Con la adición de aportaciones inéditas ofrecidas en una par de entrevistas exclusivas con la autora, el texto indaga el paradigma central de su obra y sus consideraciones respecto a la función del maestro y el conocimiento de sí. Además, se clarifican los argumentos que convierten a la conciencia en dínamo integrador de la experiencia del despertar y se delimitan un par de experiencias dolorosas que representaron nuevas significaciones en el camino académico de la autora que nos ocupa. Asimismo, se vislumbra la influencia de los pensamientos de Ken Wilber y Teilhard de Chardin en la obra de González Garza y se establecen las principales coincidencias entre los tres. Finalmente, se enuncia el vínculo existente entre la educación holística y la promoción de la paz, en ocasión de un pertinente bosquejo sobre la fuente de la agresión, la maldad y la violencia.
Palabras Clave: Conciencia, Holismo, Transpersonal, Educación, Violencia.
Por donde quiera que sea vista, la trayectoria de Ana María González Garza es significativa y luminosa. No obstante, por encima de su camino académico e intelectual se encuentra su vivencia personal, su testimonio cotidiano, su labor docente y la puesta en práctica de todo lo que ella propone y escribe. Justamente, su necesidad personal hacia la escritura es explicada como una forma de “poder compartir el gozo y la honda emoción que proporciona el llegar a cobrar consciencia de que nuestra vida, como seres humanos, constituye un proceso evolutivotrascendente” (GG, 2005, p. 12).1 Esto es congruente con las palabras expresadas por Juan Lafarga al prologar Educación Holística: “Ana maría ofrece en estas páginas un testimonio de su vida” (2005, p. 11).
La influencia que recibió González Garza tiene su base en las propuestas de Carl Jung, la filosofía de la conciencia de Krishnamurti, la antropogénesis teilhardiana, la psicosíntesis de Assagioli, la perspectiva de sincronicidad de David Peat, la visión sobre la conciencia de Ken Wilber, el modelo de Karl Pribram, la teoría de David Bohm y muchos otros más que están, cada uno, involucrados con la comprensión transpersonal del hombre o su integración en una globalidad que lo trasciende e integra.
González se desempeñó durante veinticinco años en el Departamento de Educación y Desarrollo Humano de la Universidad Iberoamericana, ahí realizó labores de docencia e investigación, además de servir como directora a lo largo de dos períodos. Actualmente forma parte de la Asociación Transpersonal Iberoamericana y continúa realizando talleres y conferencias en México. Es conocida, principalmente, por sus profundos aportes al paradigma humanista y, a partir de la segunda etapa de su carrera, al enfoque transpersonal.
En una reciente entrevista,2 González Garza refirió lo siguiente para responder a la pregunta sobre quién era: “Ana María es el nombre que me dieron al nacer pero no responde a la pregunta de quién soy. A lo largo de la vida he atravesado por un sinnúmero de identificaciones parciales que respondían, en su momento, al nivel de conciencia de cada etapa del proceso evolutivo al que llamo vida” (E1). Ante el carácter introspectivo de la cuestión, la educadora continúa: “Han sido muchos años de búsqueda y de encuentros, de un sinnúmero de experiencias de luz y de sombras que han ido expandiendo mi conciencia en el contexto personal, familiar, académico, social y espiritual dejando grabados en mi conciencia aprendizajes significativos indelebles” (E1).
Ana María suele recordar con respeto una de las frases de su abuelo: “llegamos a este mundo como chispas del amor divino, microcosmos inmersos en el macrocomos”
1 Cuando haga referencia a un texto de Ana María González Garza, la aludiré como GG.
2 Para la realización del presente artículo, el autor entrevistó en dos ocasiones a Ana María González Garza en su casa de la Ciudad de México. La primera de tales entrevistas fue realizada a finales de abril de 2016 y en lo sucesivo será referida como “E1”; la segunda, más breve, aconteció en octubre de 2016 y será citada como “E2”. En todos los casos en que sean mencionadas las entrevistas, las palabras corresponden únicamente a lo que respondió González Garza.
(E1). Su aprecio a los miembros de su familia, así como hacia aquellos que han formado parte de su vida es bastante genuina y clara; es por ello que refiere con nobleza:
No puedo dejar de mencionar la importancia que han tenido en mi formación personal y profesional las enseñanzas de mis padres, el amor incondicional de mi inolvidable abuelo Agustín quien murió cuando tenía apenas seis años, de mi abuela Ana, de mi tía Pilar, de aquellos dieciséis años de compartir esencia y existencia con René quien dejó este mundo siendo muy joven y de los cuarenta y tres años de convivencia amorosa con Carlos, mis siete hijos, mis trece nietos y mis cuatro pequeños bisnietos de quienes continúo aprendiendo (E1).
González Garza considera que las aportaciones de Jacobo Grinberg-Zylberbaum, Rafael Aluni y Ramón Gallegos son algunas de las más representativas del enfoque transpersonal en México (2009, p. 176). En relación a su propio aporte, la docente mencionó lo siguiente haciendo alusión a lo que se ha considerado como filosofía perenne:
El simple hecho de pensar que he dejado un legado al pensamiento transpersonal me resulta presuntuoso, sería tanto como creer que he descubierto el hilo negro cuando éste existe desde las primeras civilizaciones, culturas y tradiciones sagradas. A lo largo de la historia han sido innumerables los pensadores que, a partir de diversos estudios, disciplinas y plataformas, se han ocupado y preocupado por el desarrollo de la conciencia integral, muy especialmente en lo que se refiere a la dimensión espiritual propia de la naturaleza humana que, a juicio personal, es el núcleo central del pensamiento transpersonal (E1).
De cualquier manera, Ana María se asume responsable de haber iniciado la corriente de pensamiento transpersonal en la Universidad Iberoamericana en asociación con Luis Vergara y “siete entrañables colegas que conformaban el cuerpo docente del programa de maestría” (E1). Evidentemente el camino de integración de lo novedoso a lo tradicional suele ser complejo, motivo por el cual González Garza atravesó por oposiciones y obstáculos sembrados por los que se oponían al enfoque transpersonal. No obstante, su trabajo propició la realización de Jornadas de Desarrollo Transpersonal e inspiró la conjugación de un programa de doctorado. Algunos de los planteamientos de este enfoque están claramente planteados en su artículo El Desarrollo de la Conciencia desde la óptica Transpersonal (2000), el cual fue complementado con algunas observaciones sobre la aplicación terapéutica en Psicoterapia Transpersonal (2003).
Ante la pregunta de cuál ha sido su aporte académico, la doctora en Desarrollo Humano mencionó: “mi aportación al mundo académico ha sido intentar compartir lo que para mí ha significado la experiencia inefable de cobrar consciencia de la Realidad que nos trasciende” (E1). Tal afirmación es congruente con la conclusión a la que llegó en uno de sus textos: “lo único que puedo aportar a la educación es mi propia experiencia por ser ésta el resultado de la adquisición de los saberes” (2009, p. 18). Forjada en esa motivación, Ana María se dedicó por varios años a estudiar, investigar y a buscar respuestas a través de diversas disciplinas, culturas y tradiciones espirituales. Esta búsqueda la condujo a escribir con la intención de compenetrarse y comprender los descubrimientos y aprendizajes de su peregrinar. Por añadidura fueron llegando oportunidades para compartir su experiencia mediante publicaciones, ponencias en congresos y distintos eventos académicos nacionales e internacionales. Tal como la autora refiere, su pretensión es “aportar algo que impulse y favorezca el proceso de desarrollo de la conciencia en su tránsito hacia la trascendencia” (E1).
El interés de González Garza por el cambio y la trascendencia la llevaron a proponer una idea del camino de crecimiento que puede asociarse a una espiral, lo cual está documentado en el artículo Enfoque transpersonal. La espiral del desarrollo (1997). Este es, propiamente, uno de los principales giros antropológicos propuestos por nuestra autora, a saber: que la superación no es diagonal, a la manera de una constante ascensión, sino que se establecen procesos que no son lineales. Enseguida será abordado el paradigma central que aborda la pensadora mexicana.
Entre las principales distinciones que un autor tiene sobre otro, además del estilo, se encuentran los paradigmas que cada uno de ellos presenta. En el caso de Ana María, existe una evidente claridad en lo tocante a sus fundamentos conceptuales. Primeramente, contraria a lo estático y fijo, en su cosmovisión se denota un aprecio por el cambio, entendido como una evidencia de vida. En ese sentido afirma que: “La vida es un continuo proceso de cambio en el que los pensamientos, las ideas, la historia personal y la experiencia de vida van creando creencias que, en su momento, consideramos verdaderas sin reflexionar mucho sobre su validez” (E1).
Como en el caso de otros autores que han abordado la espiritualidad con matices alternativos y con sólidas propuestas místicas, González Garza inició su acercamiento a la religiosidad a través de lo que fue inculcado en su infancia. A ese tenor comenta:
Crecí en una familia católica que me llevó a creer en un Dios Padre que cuidaba de nosotros, atendía nuestras súplicas y perdonaba, pero también castigaba. Sin consciencia alguna creía en ese Dios que se encontraba en la iglesia y que había enviado a su hijo Jesús a morir por nuestros pecados. Gran parte de mi vida giraba alrededor de prácticas, normas, mandamientos, usos y costumbres de la catolicidad. A pesar de todo esto en mi interior siempre existía una sensación de vacío, una necesidad de un algo que faltaba y que no tenía ni idea de que era ni en donde buscarlo (E1).
Ése algo que faltaba, tal vacío que orillaba a la insatisfacción y al movimiento, es un indicio suficiente para apologizar el vacío implícito en los procesos de búsqueda que no quedan satisfechas con las respuestas tradicionales que están sumisas al control institucional o al orden establecido.
A partir de un evento desafortunado, Ana María elige la opción de otros senderos de búsqueda: “Fue a partir de una experiencia desgarradora que me separé de la iglesia y de ese Dios en el que creí (…). Se abrieron muchos caminos, recorrí muchos senderos, me encontré con grandes maestros que fueron transformando y ampliando mi conciencia y con ella reformulando mi credo” (E1). De tal modo, el primer paradigma que fundamenta las aportaciones de la escritora es la corriente holística. En esta plataforma de conocimiento, Ana María comprendió que lo que vivía anteriormente como una necesidad no satisfecha en el catolicismo era la punzante tendencia natural innata hacia lo Trascendente. En un ejercicio sintético significativo, González Garza menciona que cambió su forma de concebir a Dios. Por ello refiere “hoy lo experimento como lo Absoluto, la Totalidad, el Vacío que Todo lo contiene, el Todo y la Nada, la Unidad en la Multiplicidad” (E1).
Tal concepción de la divinidad se asemeja a lo contemplado por Meister Eckhart cuando recomienda en su sermón La imagen desnuda de Dios: “Aparta de Dios todo cuanto lo reviste y tómalo puro en el vestidor donde está descubierto y desnudo en sí mismo. Entonces permaneceréis en él” (2011, p. 97). La representación de Dios como un Vacío que es Todo tiene a favor que no propicia antropomorfizaciones que lo designen y, en ese sentido, el paradigma de González Garza queda exenta de la aseveración de Spinoza (2011, p. 63): “quienes confunden la naturaleza divina con la humana atribuyen fácilmente a Dios afectos humanos”.
Es claro que la modificación del paradigma sobre la deidad influye en la percepción que se tiene del resto de las cosas; en ese sentido, González Garza concluye: “El paradigma holístico que hoy en día conforma mi credo ha transformado el significado del universo, el mundo y la vida —con todo lo que esta lleva consigo— en un movimiento consciente y constante semejante al de una espiral que se desenvuelve siempre en un eterno presente” (E1).
Dos sostenes del paradigma propuesto por González Garza han sido, sin duda, Ken Wilber y Teilhard de Chardin. En su libro Caminos de Trascendencia (2003), la autora refiere el hecho de que Wilber es “considerado el principal representante [del enfoque transpersonal] y un teórico genial” (p. 29). Asimismo, resalta la “excelente labor académica, así como la búsqueda espiritual profunda y seria que caracteriza la vida este pensador” (2003, p. 29). En consonancia con ello, cuando aborda a Teilhard de Chardin alaba las mismas cualidades referidas respecto a la integración de búsqueda racional y espiritual. Así, en González Garza existe una vinculación con tales autores, en función de que, puede asegurarse, comparte virtudes similares.
Enfocándose en los aportes del paleontólogo y filósofo francés, además de jesuita, González Garza encuentra la base conceptual que permite reunir e integrar lo diverso en un centro común: “El Espíritu, contemplado por Teilhard como el principio de unión, es un centro de poder que, a lo largo del proceso evolutivo, permite sintetizar y sublimar lo múltiple enlazando y religando entre sí a todos los elementos que constituyen el mundo” (2003, p. 111). Es en ese sentido que Ana María afirma, casi al final del libro, que “la apertura y la expansión de la conciencia conduce a ir más allá de la diversidad y al descubrimiento de que todos los caminos convergen a un mismo Centro” (2003, p. 427). La separación y elaboración de dicotomías, tan constante en el pensamiento occidental, son dejadas de lado para dar paso a una comprensión de integración en la que bueno/malo, alto/bajo, feo/bello, blanco/negro, pobre/rico, ignorante/sabio, ser/nada, vacío/saturación, arriba/abajo, y tantos otros, convergen hacia un punto de vinculación que los sostiene a todos en una especie de nodualidad. Más de una década antes de Caminos de Trascendencia, González Garza había esbozado ideas similares en su texto Ciencia, mística y tradiciones espirituales (1992).
En el libro Colisión de Paradigmas (2005), la pensadora mexicana aborda el tema de la conciencia. A pregunta expresa, once años después de la publicación de la última edición del libro referido, manifiesta: “Desde mi personal punto de vista, la conciencia humana se imprime en el momento de la concepción como una semilla que permanece latente en espera de ser desarrollada. Así contemplada, constituye un holón de la Totalidad a la que me refiero como Conciencia Unitaria, de la cual ésta forma parte y participa” (E1). Sobre lo que es la Conciencia Unitaria (ambas palabras con mayúsculas), la filosofía de la India, concretamente el Vedānta Advaita, la entiende como algo que no puede conceptualizarse, puesto que esto supondría que aquel que genera la definición queda fuera de la esfera absoluta que debería ser la Conciencia Unitaria; por tanto, en palabras de Sharma: “Según el Vedānta Advaita, ātman es idéntico a Brahman o, dicho de otro modo, son nodos. Esta es la comprensión de la no dualidad, es decir, que ātman y Brahman no son dos entidades distintas” (2013, p. 146). En esta referencia, ātman es el Sí mismo del hombre, y Brahman es lo Uno sin segundo. Con esto concuerda González Garza al expresar:
Dadas las características propias de la Conciencia Unitaria ésta no puede ser definida debido a que toda definición necesariamente implica dualidad. Por lo tanto, solamente es posible explicarla como el estado natural de la conciencia, el eterno presente en el que el tiempo y el espacio se diluyen, la esencia pura a la que se despierta cuando la conciencia ha alcanzado el pleno desarrollo de sus potencialidades. Algunos autores se refieren a ésta como el nivel más elevado del desarrollo que el ser humano puede alcanzar. Sin embargo, a juicio personal, no se trata de un nivel más sino del centro de unificación y de plenitud del ser, el punto de convergencia natural de la humanidad y, por ello mismo, del cosmos en su totalidad (E1).
Ante la Conciencia Unitaria se rompe todo muro de dualidad y de aislamiento, por lo que las cosas convergen y se encuentran en una misma fuente. Es por esto que se vuelve tan importante lo que usualmente se ha dado por llamar el despertar. La experiencia de romper el sueño es el último aspecto referido por González Garza en su libro Caminos de Trascendencia, y representa la zona más alta en el triunfante ascenso dentro del espiral de la conciencia. En nuestra entrevista, ante la pregunta sobre su experiencia de despertar, Ana María recordó su vivencia de contacto con la Totalidad en una sesión con Giorgio Fresia, psicoterapeuta de la Psicosíntesis, quien le pidió que cerrara los ojos y eligiera un símbolo que para ella fuera significativo y se dejara fluir. A continuación se expone, por primera vez de forma pública, lo que la educadora transcribió para sí misma sobre esta vivencia y que había sido resguardado hasta hoy en sus archivos personales:
Cierro los ojos, me encuentro en contacto con mi mundo interior, un hermoso valle vestido de un mil tonalidades: verdes, ocres, marrones, naranjas y amarillos que en el horizonte se diluyen en el azul marino de un cielo estrellado y claro. Ahí, ¡sí! ahí está la estrella que me regaló el abuelo, única en el cosmos que irradia una luz dorada. Sus rayos se extienden hasta la Tierra, bajan hasta el valle formando un enorme triángulo que culmina en su centro.
De pronto, como si la gravedad dejara de atraparme, de encadenarme en el suelo, empiezo a elevarme a través de los rayos que me atraen hacia aquel vértice coronado por ese astro de luz. No hay sensaciones corporales, no hay pensamientos ni sentimientos pero sí la plena consciencia de ser yo misma.
Me encuentro en el cosmos, sé que soy yo, pero a la vez me experimento como parte de toda aquella inmensidad eterna, vacía y llena; oscura y clara; total…, absoluta. Estreno una felicidad nueva, plena, serena y segura. ¡Qué hermosura, por Dios, qué hermosura! No existen palabras para poder expresar esta belleza, no existen conceptos que puedan explicar lo inexplicable, no existen medidas para poder medir lo inmensurable, pero todo esto no es necesario para llegar a saber, a conocer, a experimentar al Ser, Alpha y Omega de la creación.
No sé cuánto tiempo permanezco flotando en el infinito, rodeada de eternidad, inmersa en el Todo, pero sin dejar de ser quien soy. ¿Cómo explicarlo? Total fusión, pero sin confusión, sin perder mi identidad, sin perder mi posibilidad de relación con el que Es y con la que soy y somos. Experiencia en la que se resuelve el misterio de la unidad en la multiplicidad.
Siento el deseo de permanecer ahí. Ahí, en donde las fronteras del todo y la nada se diluyen, ahí en donde todo deja de ser porque Es, ahí donde no existe más que hermosura y Amor. Pero algo dentro de mí me dice que ese Amor que hace vibrar las cuerdas más profundas de mi ser interior no se puede quedar sólo en mí. Hay que volver al valle y compartirlo, hay que gritarle al mundo que ¡sí existe!… El Amor no es un mito, se encuentra aquí dentro, está ahí fuera permeándolo y abrazándolo todo, pero nos hemos olvidado de la estrella, nos hemos vuelto ciegos a la luz, nos hemos convertido en máquinas insensibles.
Lentamente dejo que la acción de la gravedad me regrese de nuevo a la tierra, vuelvo a la materia de mi cuerpo y me veo de nuevo en el valle contemplando la estrella. Ahora puedo ver al mundo con una nueva mirada, con unos lentes que imprimen luz y vida a todo cuanto miro. Experimento una sensación de que dentro de mí se ha quedado el cosmos que, a la vez me envuelve, me abraza. Soy consciente de mi cuerpo, lo observo y descubro su valor, es a la vez mi vehículo y frontera. Vehículo del ser que soy en esencia, de mi centro, mi conciencia, y frontera que me permite ser quien soy en el mundo, pero convencida de que esa frontera ya no divide el territorio en mapas.
En la narración de esta experiencia que González Garza atribuye a su momento de despertar, se encuentran entrelazados algunos de los conceptos centrales que maneja en sus textos: el de la Conciencia Unitaria, el de la integración de todo en una fuente de la que cada cosa surge y el de la visión de la nodualidad, lo cual la conduce hasta el punto de ubicar que el ser y la nada se diluyen en una sola categoría. Una conciencia de tal estatura, no es acorde a la irracionalidad ni a un estado previo a la racionalidad, sino a la transracionalidad.
Evidentemente, ubicar instantes más allá de la razón, en los cuales se vinculan la intuición y la mística, exige conocimientos antecedentes que preparen para que sea forjada la recepción de un saber mayor. Precisamente, “para alcanzar una comprensión profunda del fenómeno humano, se requiere de la integración de las verdades parciales que las ciencias y las disciplinas presentan, de tal suerte que los mapas elaborados por cada una de ellas permitan conformar un único territorio” (GG, 2009, p. 57). A un saber de este tipo es lo que en el pensamiento advaita es referido como Conocimiento-Conciencia, el cual ostenta otro talante; en ese sentido, Śamkara refirió en el Vākyavritti: “Después de apartar la falsa noción de que el Sí mismo se identifica con el cuerpo, date cuenta a través del conocimiento, de que siempre eres el Sí mismo, la Unidad de Conciencia-Conocimiento que tiene la naturaleza de la Existencia y de la Beatitud absolutas, y es testigo del intelecto” (1995, p. 25). La narración de González Garza coincide con lo sugerido por el filósofo de la India.
Es usual que se crea que la experiencia del despertar está delimitada sólo a algunas personas elegidas y que la mayoría de los demás no tienen acceso posible a ello. Contraria a tal postura, en la perspectiva de González Garza la puerta está abierta para todos. No obstante, la puerta no va hacia la persona, sino la persona a la puerta. En palabras de la exalumna del Colegio Guadalupe: “Partiendo de la premisa que sostiene que la vida es un proceso y todo ser humano tiende naturalmente hacia la autorrealización y la trascendencia, cada persona descubrirá, si se lo propone, el camino a seguir hacia el despertar a su verdadera esencia. No creo en recetas que deban seguirse para lograrlo sino en la existencia de un sinnúmero de vías que impulsan el desarrollo de la conciencia en su tránsito hacia la plena Conciencia” (E1). Por tanto, el desarrollo de la conciencia no es algo que se logra sólo por quererlo, sino cuando existe valentía para comprometerse. De acuerdo a tal visión, el camino a la Trascendencia no trata de un conjunto de mandamientos que deben obedecerse, unas oraciones que es menester recitar o un conjunto de conductas que deben cumplirse; más bien, el tenor es dictado por la multidiversidad de posibilidades.
Visto así, los caminos hacia el despertar no son unívocos, sino polimorfos. Además, un elemento esencial es que la persona pueda notar que “el ser humano es un microcosmos que forma parte y participa del macrocosmos” (GG, 2009, p. 47). Es por esto que el sendero hacia el despertar no se dirige al interior únicamente, como si fuese una polaridad separada del todo que nos rodea, sino que está conformado por un paseo de ida y vuelta en el que, al final, se identifica que interior y exterior son, ambas dimensiones, parte de una misma línea. En la entrevista, la hija de Jorge y Ana (como llama a sus padres), refirió: “Estoy convencida que quien busca encuentra, quien se desidentifica de las cadenas de los apegos se libera, quien permanece en el eterno aquíahora se descubre, quien descubre el ser que es y que somos en esencia despierta” (E1).
Un camino para mostrar las diversas posibilidades para la liberación, así como las distintas alternativas de lo que Ana María comprende por autorrealización, apoyándose en Maslow, es la labor educativa. Naturalmente, el enfoque holístico de González Garza supone un tipo de educación que no está centrada en las formalidades institucionales, en la calificación o en el cumplimiento de objetivos impersonales que son dictados para el estudiante; por el contrario, la esencia de la educación holística es que el estudiante logre descubrir quién es en realidad y quién desea llegar a ser. Para que semejante misión sea cumplida es requerido que los profesores sepan también cuál es su papel en el mundo y se consideren a sí mismos como individuos en constante proceso de crecimiento, abiertos a nuevos aprendizajes y, sobre todo, dispuestos a confrontarse a sí mismos y a ser aquello que más se identifique con su particularidad.
En ese sentido, en la fundamentación filosófica del enfoque holístico aplicado a la educación puede ubicarse la fenomenología husserliana, la cosmovisión de Teilhard de Chardin, la filosofía perenne, las tradiciones espirituales y la psicología transpersonal (Cfr. GG, 2009, pp. 173176). En tal panorama, incluso la educación podría considerarse como un camino de búsque da hacia el propio ejercicio místico. Al hablar de esto no debe considerarse que se está buscando una educación entrada en la religión, sino una propuesta formativa en la que no existen imposiciones de credos o autoritarismos institucionales que dicten el modo correcto de vivir. Ana María coincide con Steindl-Rast cuando el benedictino afirma (1985, p. 138): “El místico no es una especie de ser humano especial que vive una experiencia mística, pero cada ser humano es una especie especial de místico que vive una experiencia humana. El desafío consiste en descubrir qué clase particular de místico es cada uno. En inspeccionar donde residen las propias experiencias místicas y explorarlas”. La educación, bajo esa óptica, podría ser una oportunidad para la identificación de la mística particular; entendiendo como mística el conjunto de medios y fundamentos para el encuentro o reencuentro) con lo absoluto.
Ana María resalta, junto con Wilber y Teilhard, en que se requiere un nuevo paradigma educativo que englobe: a) la conciliación de los opuestos; b) la ética holísticoecológica; c) la naturaleza religioso-espiritual de la actividad científica; d) la opción de desvelar lo sagrado (Cfr. GG, 2005, p. 479). De acuerdo a González Garza, puede afirmarse que Teilhard y Wilber trabajaron en pro de una “visión del mundo unificada y coherente”, tal como insistieron en la “unificación de los tres grandes reinos de la evolución: la fisiosfera (materia), la biosfera (vida) y la noosfera (pensamiento), afirmando que en el Cosmos todo se encuentra interconectado” (GG, 2005, p. 480). Por caminos muy separados de ese fin, los sistemas educativos de los países iberoamericanos, incluido México, están enfocados en el logro de aprendizajes sistematizados y parciales que responden a un interés de orden principalmente pragmático. Inversamente, la educación en el enfoque holístico encuentra su fundamento en el encuentro con la propia mística mediante la ubicación del sí mismo, en virtud de profesores que están centrados en sí.
En su libro Educación Holística, González Garza elabora la tesis de que ser maestro es ser uno mismo. Asegura también que los principios esenciales del enfoque holístico centrado en la educación son la consciencia de ser, la consciencia del otro, la consciencia de los otros, la consciencia del mundo y la consciencia de unidad (Cfr. GG, 2009, pp. 320-324). Coincidentemente, en su texto ¿Es la educación una alternativa de crecimiento en el desarrollo humano? (1992), la autora responde afirmativamente a la pregunta que da título a su capítulo. El interés de la pionera del enfoque transpersonal en México estuvo centrado desde el inicio de sus labores en la educación primaria. Testimonio de ello son sus textos El Enfoque Centrado en la Persona: Aplicaciones a la Educación (1991), en el que aborda la propuesta de Carl Rogers en relación a la enseñanza, y El Niño y la Educación (1989), donde comienza a esbozarse el enfoque holístico que desarrollaría más tarde. En la actualidad, González Garza es consciente de la seria y problemática situación nacional del ámbito educativo; contraria a las posturas que culpan a los docentes y ajena a los planteamientos en donde se señala a las instancias políticas o, incluso, a los mismos estudiantes, la académica encuentra en el desconocimiento de sí, propio del hombre y mujer contemporáneos, el principal problema en torno a la educación. De tal modo, “no es posible dar lo que no tenemos, enseñar lo que no sabemos, compartir lo que no hemos experimentado y transformar lo que no hemos logrado transformar en nosotros mismos” (E1).
En una sociedad en la que sus individuos no han logrado un nivel de conciencia que fundamente sus interacciones con el entorno y con los demás, es comprensible que se perciban ambientes de hastío, destrucción, violencia y caos. Ana María concluye contundente respecto a la actualidad mexicana: “el panorama educativo que percibo es oscuro, en ocasiones frustrante” (E1). De tal modo, la corrupción, la violencia, la ignorancia, la pobreza y la injusticia social encuentran en el desconocimiento de sí una plataforma sólida en la cual sostenerse. Un individuo fuera de sí buscará mantener control a toda costa, observará a los demás como recursos, será capaz de lastimar y ofender, promoverá la desigualdad en función de su propio beneficio o, si sufre como víctima todas las situaciones anteriores, no encontrará motivación en sí mismo para pronunciarse en contra de tales atropellos.
Consciente de la situación social y laboral del país, así como de las consecuencias derivadas de los sistemas neoliberales que nos dirigen, González Garza enuncia:
Son tantos los obstáculos que enfrentamos cotidianamente en el país ante las situaciones críticas de nuestra realidad externa que poco tiempo y energía queda para la introspección, el autodescubrimiento y el aprendizaje. Qué difícil resulta educar para la vida, para la libertad, en el amor y hacia la trascendencia cuando día a día el bombardeo de estímulos que invaden la conciencia se centran en la desigualdad, la corrupción, la injusticia, la violación a los derechos humanos, la impunidad, la depredación del medio ambiente, la destrucción de los ecosistemas, los sistemas y programas educativos centrados en la fragmentación, el sometimiento, la instrucción y las competencias que, entre otras muchas barreras, dificultan el cambio de paradigma en educación (E2).
En la encrucijada referida, cabe aún la alternativa de buscar caminos de solución, opciones de mejora o perspectivas alentadoras. De acuerdo al pensamiento holístico, la otrora niña que tardaba dos horas en trasladarse a su colegio, encuentra un poco de luz entre las tinieblas circundantes: “En el Universo entero todo tiene su contraparte. Esto significa que no existen polaridades opuestas sino complementarias. (…) Esta realidad me permite cobrar consciencia de que no existirían los retos si no fuera por los obstáculos que hay en el camino” (E1). La labor educativa, por tanto, debe ser entendida como una proeza, un acto de valentía ante la adversidad, un grito de rebeldía ante la imposición y la ligereza. La fuerza del profesor que ha logrado encontrar su propia mística, o que (con suerte) también ha logrado un cierto despertar, será un antídoto que colabore con la ruptura de la apatía en las aulas y en la educación del país. Es por esto que, “el llamado currículo oculto del maestro-educador que incluye su cosmovisión, así como los valores, actitudes, ideología, creencias, experiencias y sentimientos que de aquélla se desprenden, influye de manera importante en la acción educativa que realiza” (GG, 2009, p. 313).
En el abismo educativo por el que atraviesa México son necesarios “seres humanos conscientes de que toda acción humana constituye una acción educativa” (E1), que permitan “impulsar, potenciar y favorecer una praxis educativa entendida como un espacio abierto que incide en la corriente vital de desarrollo (…) a través del cual el ser humano se hace a sí mismo” (E1). No se trata, por tanto, de centrarse en las formas, las simulaciones o apariencias (ésas que están tan presentes en los ámbitos educativos), sino que es menester volver a las fuentes de la motivación educativa original y al sentido último del ejercicio didáctico, considerando que “la didáctica contemplada desde una perspectiva holística no se encuentra limitada por su objeto o sus métodos” (GG, 2009, p. 209). Visto así, no se requiere hermetismo epistemológico, ni un criterio cerrado en dos o tres teorías medianamente validas o que estén de moda; por el contrario, “la psicología que pretenda comprender al hombre en su totalidad necesita trascender las fronteras que la limitan, abriéndose a nuevos datos provenientes tanto de Oriente como de Occidente” (GG, 2005, p. 214).
Es necesario recalcar, llegado a este punto, que “la educación holística no es un método educativo, se trata de una visión creativa del arte de educar en el que cada persona firma su propio cuadro” (E1). El planteamiento educativo desde la perspectiva holística tiene un fundamento multidimensional y transdisciplinario que centra su acción en cinco escenarios dirigidos al impulso de la conciencia. Estos escenarios (Cfr. GG, 2009, p. 179-183) se concretan en: a) aceptar la condición cósmica de lo humano; b) promover la conciencia comunitaria; c) desarrollar la conciencia social; d) impulsar la conciencia planetaria; e) facultar la dimensión espiritual/trascendente de la conciencia.
Si ser maestro es ser uno mismo, entonces conviene revisar lo que uno mismo es. La cuestión por la esencia de lo humano, o por aquello que más allá de lo humano subyace, se mantuvo como motivación central de González Garza. En nuestra entrevista, ante la cuestión sobre el valor más importante, sin dudarlo, la mayor de cinco hermanos contestó: “el valor por excelencia es el amor incondicional a la esencia. Educar en, con y para el amor constituye el centro de todo proceso educativo por ser éste el que conduce al descubrimiento de lo que cada uno es y somos. En otros términos, al despertar a la Conciencia Unitaria” (E1). La respuesta de Ana María no es, por tanto, la trivial concepción del amor hacia las personas, sino el amor hacia la sustancia de lo que todo es. Bajo esa óptica, el amor a la esencia permite la inclusión de todo en nuestro aprecio, debido a que “la realidad constituye un todo conformado por holones. Por lo tanto, no existe totalidad alguna que no forme parte de otra” (GG, 2009, p. 36).
Con este enfoque se resuelve el continuo debate entre el equilibrio del amor propio y el amor a los demás o a las cosas de la naturaleza; desde la plataforma de la visión holográfica, “el proceso de individuación requiere, para asegurar su permanencia y desarrollo, de una red de interrelaciones con otros holones del mismo nivel de organización estructural” (GG, 200, p. 39); de modo que no hay cuidado de sí sin interacción con otros y no hay posibilidad de una vivencia colectiva sin identificación de lo individual.
Asimismo, junto a la ruptura de la dualidad entre lo que es propio y lo que es ajeno, sustancialmente hablando, cabe la disolución de las distinciones entre la esencia y la corporalidad. En palabras de González Garza, “el ser humano es ser y ente; estudiar sólo uno de sus elementos significa quedarse en la superficie cuando se acepta únicamente al ente, o sumergirse y permanecer en la profundidad cuando exclusivamente se valora la esencia” (GG, 2005, p. 217).
La vuelta a la esencia no es solamente una posibilidad, sino el sostén primordial de todo experiencia espiritual. De tal modo, una de las falsas creencias respecto a la vida mística consiste en “considerar que la espiritualidad constituye una alternativa al desarrollo humano más que una prolongación de éste hacia la plena autorrealización y la trascendencia” (GG, 2009, p. 153). Justo es ésta la vanguardia de González Garza en lo tocante al ámbito del Desarrollo Humano como disciplina académica, si bien ésta se restringió decorosamente a un aspecto particular de la vida humana (la persona y su singularidad) no incursiona de lleno en el plano de la mística o la exploración de lo trascendente, cuestiones implícitas en el enfoque transpersonal que está un paso adelante respecto a las consideraciones antropológicas tradicionales.
Inducir al pensamiento crítico, afrontar lo desconocido con disposición e invitar a la definición de la propia modalidad de la vida mística fueron cualidades del trabajo de González Garza. No obstante, eso atrajo problemas y arbitrariedades. Enseguida se presenta la narración de la autora en relación a su último día laboral en el ámbito institucional:
En el 2001, el día que se iniciaban las vacaciones decembrinas, recibí un correo electrónico informándome que por indicaciones de la rectoría el día 2 de enero debería presentarme en el Departamento de Personal a firmar mi jubilación, a pesar de que meses antes se me había otorgado una prórroga por dos años para continuar laborando en la UIA. Pocos meses después se eliminaron todos los programas y actividades relacionadas con el enfoque transpersonal que con tanto esfuerzo habíamos logrado consolidar. Sin embargo nos queda la satisfacción de que aquella semilla plantada en la UIA en 1988 ha proliferado en muchas universidades e instituciones educativas a lo largo del país (E2).
El doctorado iniciado en la UIA fue la punta de lanza de otros que vendrían después. Ciertamente, los primeros ladrillos de institucionalidad del ámbito académico promovido por González Garza fueron construidos en esos años en la Ciudad de México.
No obstante, la experiencia de mayor exigencia para la autora que nos ocupa no fue la referida anteriormente. El aprendizaje y la resignificación a través del dolor fueron posibles en la experiencia de González Garza a partir de la partida de su primer esposo. Al respecto comparte:
Sin duda, la experiencia más dolorosa e inesperada que he vivido fue la muerte de René a los 16 años de casada. Aquella madrugada de noviembre de 1971 se vino abajo el paradigma que había guiado mi vida a lo largo de mis 35 años. Algo que entonces me impactó profundamente fue la fortaleza con la que enfrenté ese instante, así como el haber logrado iniciar una nueva vida en compañía de mis hijos. Frecuentemente me preguntaba ¿de dónde vino esa fuerza que yo no conocía? ¿Por qué si René ya no estaba mi sensación era que su energía continuaba con nosotros? (E2)
Un año después de tal evento, González Garza tuvo la oportunidad de entrar en contacto con el pensamiento transpersonal, así como con experiencias comunitarias en el Centro de Integración Educativa. Fue entonces cuando escribió en su diario: “Hoy (18 de octubre de 1972) Anita ha muerto… ¡Viva Ana María que renace a nueva forma de existencia!” (E2). Así, cuarenta y cuatro años después, la apóstol del holismo recuerda ése momento como una línea divisoria entre lo que fue y lo que deseaba ser. El vacío, el caos y la crisis, significado de esta manera, representan un momento en la vida que puede advenir al desastre o definir la reconstrucción. Para que lo segundo suceda debe haber una especie de desenlace y olvido del que fuimos para dar paso a lo que deseamos ser. La muerte se vuelve, en tal contexto, aliada del nuevo nacimiento. En el caso que nos ocupa, el efecto de la pérdida es concretada con serenidad. Ana María continúa:
Esa penosa y desoladora experiencia que de tajo derrumbó la estructura de la imagen con la me identificaba me condujo a nacer de nuevo. En el aquí y ahora soy consciente que al enfrentar la muerte logré comprender y valorar la vida; que al entrar en contacto con mi centro, la soledad dejaba de existir; que la espiral de mi conciencia podía continuar girando en ese continuo proceso integral (holístico) hacia el despertar. Poco a poco las cadenas y cerrojos de los apegos se van abriendo, las fronteras entre la vida y la muerte se diluyen y el pasado se integra al aquí y ahora de mi existencia (E2).
En la perspectiva la vivencia referida, la experiencia dolorosa produjo un despertar en el que la visión holista permitió al doliente salir adelante. Justamente, la espiral de la conciencia que refiere González Garza (2009, p. 92) consiste en el transcurso de seis niveles que corresponden a etapas de desarrollo de la persona. Concretamente, la etapa intrauterina del individuo coincide con el nivel pleomático; la fase de hominización, corresponde el nivel arcaico; el escalón de la humanización, asciende al nivel autocéntrico; el estrato de la socialización se vive en el nivel personal; la categoría de personalización se logra en el nivel transpersonal; y en la última etapa, se ha forjado el nivel trascendente que es ubicado como ultrapersonalización. Quien ha llegado al quinto nivel, el transpersonal, se encuentra en “un proceso continuo de síntesis de polaridades y (…) desapegado de los elementos de las dimensiones anteriores” (GG, 2009, p. 123). Precisamente, en la segunda entrevista, González Garza se refirió al presente afirmando que “hoy la espiral sigue su curso en sus giros ascendentes y descendentes en los que las experiencias en sus polaridades sufrimiento-gozo, pérdidas-encuentros, fracasos-logros, luz-sombra, consciencia-inconsciencia se van hilvanando en la urdimbre de la Conciencia” (E2). Esto último muestra una integración de las polaridades mediante su conjunción en la Conciencia, es decir, en algo mayor a la mera conciencia humana.
El ascenso en el espiral de la conciencia no ausenta en su transcurso a la oscuridad, sino que la requiere para la valoración y ubicación de la luz. Una de las fases complejas del proceso de la conciencia es el encuentro con la sombra, es decir, la materialización de aquello que no deseamos ver de nuestra identidad pero que nos acompaña en cada suceso y conducta que elaboramos. A pesar de la alternativa de encontrarla como aliada, “los seres humanos huimos de la sombra, nos amenaza, nos atemoriza, sin darnos cuenta que su energía es capaz de destruir cuando la negamos, cuando permanecemos sordos y ciegos a ella o cuando la proyectamos al exterior” (GG, 2009, p. 342).
De acuerdo a González Garza, los elementos centrales de una educación holista para la paz en todos los niveles evolutivos de la conciencia y todos los contextos en los que como seres humanos nos movemos, deberían ser: a) educar para la vida; b) en y para la libertad; c) en y para el amor y hacia la trascendencia; d) a través de acciones conscientes dirigidas a promover y animar el proceso evolutivo de la conciencia hacia la conquista de la unidad a través de la diversidad; e) facilitando el desarrollo de lo mejor de las potencialidades y los dinamismos humanos fundamentales.
La búsqueda de la trascendencia, así como la vivencia mística, no es exclusiva de aquellos que posean una religión; en el panorama holístico, “todo ser humano, independientemente de sus creencias religiosas, posee una dimensión espiritual que de forma natural tiende hacia la búsqueda de la armonía, de la conexión consigo mismo, con sus semejantes, con la naturaleza y con el universo; en pocas palabras, posee una tendencia hacia la trascendencia” (GG, 2009, p. 151). No obstante, si la persona no está en paz consigo misma será difícil que promueva la paz. Visto así, el panorama de violencia que se vive en México es recíproco a la violencia que cada individuo está ejerciendo consigo mismo, alejándose de su potencial posible y de los caminos que permitirían su vivencia armoniosa con lo que esencialmente es. La trascendencia no es un fruto que se obtiene a través del miedo.
La premisa central de la propuesta educativa de González Garza consiste en “la unicidad del hombre en su ser y quehacer en el mundo, característica que le hace irrepetible e insustituible en su singularidad” (E2). Es sólo a partir de esta experiencia que el hombre y mujer contemporáneo podrán “cobrar consciencia del yo, el tú, el nosotros, los otros, el mundo y el universo del que forman parte y participan, así como de la realidad que los circunda y aquella que los trasciende” (E2). Sólo en la medida del desarrollo de la conciencia se podrá esperar la promoción de la paz. Esto es claro si consideramos que: “La consciencia de sí mismo conduce al reconocimiento del valor único de cada ser vivo, a la celebración de las diferencias individuales, a la veneración a la vida, a la resignificación de la búsqueda de la verdad, a la compasión y al amor trascendente por todo lo existente. De aquí se desprende la premisa de la que parto al sostener que no es posible educar para la paz si no se experimenta la paz consigo mismo” (E2).
En este punto, es pertinente la cuestión sobre quién educa para la paz o cómo saber que estamos haciendo lo indicado. En la entrevista, Ana María refiere lo siguiente sobre el vínculo entre la paz, el educador y la educación:
Educa para la paz quien es capaz de celebrar las diferencias individuales y aprender de estas. Quien rechaza la violencia como manera de solucionar el conflicto, enfrentándolo con una capacidad creativa que conduce al encuentro. Educa para la paz quien facilita el proceso evolutivo de la conciencia en su tránsito hacia la total Unidad. Quien experimenta un profundo respeto a la dignidad inalienable de todo ser humano y vela por sus derechos. Quien promueve una cultura de paz que se asienta en una base sólida y realista con la finalidad de comprenderla, transformarla y trascenderla. Quien sostiene que nacemos para el encuentro. Quien permanece siempre presente en el eterno aquí y ahora, acompañando al otro y a los otros en su proceso. Quien realiza en sí mismo lo que pretende realizar en los demás (E2).
Desde esta óptica, la educación holística sustenta la formación de una cultura para la paz, a la vez que la entiende como un sostén primordial que faculta la mejor de la existencia humana en la Tierra. En ese sentido, “la paz constituye un proceso dinámico que se encuentra conectado con todos las etapas evolutivas de la conciencia, afectando todas las dimensiones de la vida: la intrapersonal, interpersonal, social, comunitaria y universal” (E2). La paz es responsabilidad de todos los ciudadanos, del mismo modo en que la violencia es resultado de un proceso sistémico en el que estamos coludidos en mayor o menor medida al ser holones que conforman la totalidad nacional. Si bien es cierto que los sistemas actuales pervierten y saturan el ambiente saturándolo de corrupción y deslealtad desde lo más alto de las esferas políticas, también lo es que cada individuo puede generar diferencias en su relación con quienes lo rodean.
En este orden de ideas, fácilmente se desprende la noción del largo camino que debe transitar un país como México, golpeado constantemente por obstáculos para su desarrollo. La violencia, en su estado más nítido de destrucción del otro, de ausencia de respeto hacia los intereses ajenos, permea la cotidianidad del contexto que nos circunda. Desgraciadamente, “en el aquí y ahora de México se vive una violencia de innumerables facetas, que obstaculizan la autorrealización y la trascendencia del ser humano” (E2).
La perspectiva del mal en la mirada del enfoque holístico no emite juicios ni etiqueta, sino que se deriva de una búsqueda de comprensión de lo que propicia el mal. Es por ello que “el mal no se contempla como una retrógrada o regresión de lo perfecto a lo imperfecto, sino como consecuencia (…) de un ser inacabado que se encuentra en proceso de organización, de autorrealización y de trascendencia” (GG, 2000, p. 134). Visto así, apoyándose en Teilhard de Chardin, González Garza refiere que “el mundo no es malo (…) sino que el mal es el resultado de un estado de imperfección del ser que progresa hacia un estado más elevado de organización bajo la influencia de un polo de unidad trascendente” (GG, 2000, p. 136). Esta visión no tendría que ser desacreditada bajo la afirmación de que es optimista y que mantiene la idea de un proceso en el que la maldad es evidencia de que la persona recorre un estadio poco progresivo y delicado; al contrario, el holismo no excluye al individuo de su propia responsabilidad respecto a su crecimiento y honorabilidad. El problema, a todas luces, es que las personas no se hagan cargo de su propio proceso.
En relación al origen de la agresividad, se advierte que pueden ser derivación de amenazas medioambientales que el individuo enfrenta; es ahí cuando “una fuerza impulsiva surge de manera natural en forma de agresiones violentas que tienen por objeto protegerlo del ataque del que él se siente objeto” (GG, 2005, p. 411). No obstante, no podemos estar sujetos a las reacciones temperamentales de los que nos rodean, ni es ése un plan de desarrollo óptimo para la persona agresiva. Por el contrario, “a medida que la conciencia evoluciona, la energía encuentra cauces constructivos que permiten enfrentar las amenazas y agresiones externas sin violencia ni destrucción” (GG, 2005, p. 412). De tal modo, “el desarrollo de la conciencia tiene un efecto directo en el manejo que un ser humano hace de su agresión” (GG, 2005, p. 412). Hacerse cargo de las emociones y de la frustración, así como del miedo o la ira, es proporcional a la conciencia holística que la persona ha logrado desarrollar. El papel de la educación, centralmente, es posibilitar que esto suceda.
En lo concerniente a la violencia en las relaciones de pareja, González Garza atribuye los conflictos a la indisposición de encontrarse realmente con el otro. De tal modo:
Cuando en la relación se parte del egocentrismo, la frustración que se vive cuando el o los otros no satisfacen las necesidades, deseos y anhelos autocéntricos, conduce a una canalización negativa de la energía. De esta inadecuada canalización se desemboca a agresiones hacia uno mismo, hacia el objeto directo de la frustración o un objeto indirecto de la frustración. Una alternativa de mejores resultados es hacerse responsable de la situación, lo cual conduce a la persona a actuar de manera consciente y creativa para resolver los conflictos y problemas que afronta (GG, 2005, p. 416).
La conciencia de lo trascendente permite, en la óptica de González Garza, que la persona adopte una postura de responsabilidad en relación a su desarrollo. En su libro Colisión de Paradigmas (2005), la autora señala que una de las semejanzas centrales entre Teilhard de Chardin y Wilber es que “coinciden al sostener que la razón principal por la cual la ciencia ha fracasado en su intento por comprender en su totalidad el complejo fenómeno humano y poder actuar con base en esa comprensión, se encuentra en el desarrollo precario de la conciencia humana” (GG, 2005, p. 478). Análogamente puede derivarse que la violencia es una consecuencia de un contexto individual y social en el que la conciencia de cada individuo sobre sí, el otro, la comunidad y lo trascendente, carece de la solidez necesaria para sustentar una actitud de respeto, comprensión, inclusión y solidaridad. En ese tenor, la peor de las ignorancias no es la que refiere a la ausencia de conocimientos técnicos, teóricos o prácticos, sino a la nulidad de identificación con la esencia central de cada ser vivo.
Durante la entrevista, Ana María señaló los límites del documento de la UNESCO (2008-2009) Educación de calidad, equidad y desarrollo sostenible: una concepción holística inspirada en las cuatro conferencias mundiales sobre la educación, afirmando que “si bien se centra en la comprensión de sí mismo, de los demás y del entorno, no toma en cuenta la dimensión espiritual-trascendente propia de la naturaleza humana en la que se integra y se va más allá de la erradicación de la pobreza, el desarrollo sostenible, la educación inclusiva, las políticas públicas y una concepción holística de los sistemas educativos” (E2). De acuerdo a sus planteamientos, la que fue amiga de Carl Rogers señala que “la educación va más allá de una concepción holística de los sistemas educativos para centrarse en el ser humano” (E2). De esto se desprende la siguiente conclusión relativa a la función del educador, figura a la que siempre apunta el discurso de González Garza:
Estoy plenamente convencida de que el nivel de desarrollo de la conciencia de quien educa es la piedra angular de los procesos educativos. Es decir, educamos integralmente cuando cobramos consciencia de que toda acción humana constituye una acción educativa, que todo aquello que hacemos, pensamos, creemos y dejamos de hacer tiene un impacto constructivo o destructivo no sólo en los seres con quienes convivimos y trabajamos sino con la comunidad humana entera y el mundo que habitamos (E2).
Vivimos tiempos en que se habla mucho de reestructuración de la educación, existen variados tratados al respecto, pero al mismo tiempo observamos condiciones sociales que confrontan el sentido y razón de ser de la educación. Es definitivo que una educación que continúe por el mismo camino de insensibilización a la naturaleza, de enfrentamiento al diferente y de predominio del pragmatismo utilitarista no aportará caminos de solución. Contrariamente, la perspectiva holística y transpersonal propuesta por González Garza “parte de una clara intención por alcanzar una comprensión más profunda del llamado impulso trascendental y una inquietud encaminada a promover el desarrollo integral de la conciencia, la apertura al cambio, a la experiencia y al diálogo interdisciplinar” (E2). Asimismo, desde tal parámetro se concibe que la ciencia está “dirigida a abordar todos los campos del saber humano, todos los ángulos de su naturaleza y todas las aristas del mundo y del universo sin caer en dogmatismos e imperialismos ideológicos” (E2).
Ana María es enfática al señalar que la educación holística es una “alternativa real dirigida a la solución creativa de la problemática social actual, acorde no sólo a la naturaleza del ser humano sino a los signos de los tiempos” (E2). Finalmente, invitando a la esperanza, González Garza refiere: “A pesar de lo oscuro que puedan parecer las condiciones sociales que actualmente vivimos, no puedo dejar de ver la luz que contrasta con la oscuridad quizás por estar inmersa, desde hace muchos años, en esta línea de pensamiento y acción” (E2). Congruente con todas estas líneas, once años atrás la precursora del pensamiento transpersonal en el ámbito académico de México refirió como cierre de uno de sus libros (GG, 2005, p. 482): “es necesario no sólo descubrir las semejanzas que nos unen, sino celebrar las diferencias que nos enriquecen”.
El compromiso hacia la vida es patente en el deseo de crecimiento. No hay manera de crecer si no existe integración de las partes con el todo. La superación consiste en la Unidad no en el aislamiento. El enfoque holístico que propone González Garza se integra al enfoque de Desarrollo Humano, trascendiéndolo, dando un giro tal que el Enfoque Centrado en la Persona, que ella aprendió y vivió en su juventud, se ha decantado por una comprensión de lo Transpersonal. En ese tenor, cada persona se ubica a sí misma trascendiendo su ego, elevándose al punto en el que comprende que no hay diferencia entre la elevación misma y la profundidad.
Consciente de lo que ha recibido en su vida, la educadora transpersonal comenta: “si he recibido tanto es para dar lo tengo, lo que conozco, lo que he aprendido y descubierto, para compartir lo que soy y lo que he experimentado, para trabajar en lo que amo y en lo que considero mi misión. Es para amar sin condiciones, para perdonar sin guardar rencor, para aceptar lo que la vida me depara y continuar mi búsqueda hacia la plena Conciencia” (E2). Es esto, la clarificación de la misión, lo que permite que un individuo logre “una profunda gratitud a la Vida” (E2); Ana María se sabe perteneciente al mundo y a la Totalidad de la que forma parte y participa. Agustín Garza Galindo, abuelo de Ana María, solía decir que “la muerte no es más que el inicio de una nueva vida, un paso hacia la liberación de la consciencia” (E2); no obstante, aun en vida es posible intuir y experimentar, al menos fragmentariamente, una conciencia libre, una aproximación a la Conciencia.
Esto coincide con la idea de que, “desde la perspectiva holística, metafóricamente hablando, cada ser humano es un río especial que atraviesa por distintos parajes, valles, montañas, riscos y fronteras pero todos ellos, en su momento, llegan al océano” (E2). Es notable que “lo que cada persona cree la conduce a transformar su vida, por lo tanto, es de vital importancia reflexionar sobre nuestros propios paradigmas” (GG, 2009, p. 71). El paradigma de González Garza, la pionera, la educadora, la madre, la esposa, la académica, el holón, la buscadora de sí misma, aquella porción de tiempo, mente y corporalidad que llamamos Ana María, puede denotarse en el siguiente pasaje (GG, 2000, p. 418):
Siento que en todo lo creado
hay una parte de mí,
soy espacio, tiempo eterno,
soy vacío y plenitud,
soy agua, cielo y centella.
Soy quien dio luz a una estrella
y al mismo tiempo soy ella.
Soy parte del todo y nada,
y se aclara la mirada.
Es deseable que cada una de las ideas referidas en este artículo nos impulse a la revisión de lo que consideramos educación, al análisis del papel que jugamos como miembros de una sociedad y a la comprensión del carácter que nos confiere ser holones integrantes de lo absoluto. Conviene que, motivados por el testimonio ofrecido, seamos capaces de continuar (o iniciar) nuestro camino a la trascendencia, sin temer a la colisión de paradigmas y en vistas a un genuino paso de la oscuridad a la luz que nos permita mostrar, con nuestro acto y pensamiento, que somos partícipes de una perspectiva holística que, enteramente, es una opción para la promoción de la paz y la erradicación de la violencia a través del desarrollo de la conciencia, sometidos voluntariamente a su espiral.
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