Detenerse en el análisis de la educación y por tanto de la escuela no tanto como aparatos ideológicos del estado (Althusser, 1970); sino como un aparato social de disposición ideológica/política (Rojas, 2014), en la medida que no se reduce sólo a los designios supranacionales, sino también al juego desde la perspectiva social estatal, posibilitando desde el engranaje político/jurídico una serie de leyes que llevan a la reclamación y consolidación tanto de un derecho a la vez que un servicio, que se oferta y garantiza en diferentes niveles de acuerdo al lugar social ocupado.
Si dicho lugar social está en las periferias, es decir, es el lugar de pobre, vulnerable, excluido o marginal, la opción presentada desde los designios políticos sustentados en prácticas que legitiman un saber/poder sobre toda subjetividad social figurada y desfigurada por relaciones tanto geopolíticas como de género, raza y condición económica, no será otra que el ingreso a una oferta homogeneizadora, formadora de humanos cada vez menos humanos, con ideas e ideologías burguesas reforzadas por imaginarios colectivos del capital humano, permitiendo tecnificar tanto a quien enseña como a quien aprende, incluyendo a poblaciones históricamente vulnerables con discursos solapados de inclusión y calidad de vida. Cuando las mismas condiciones sociales sólo se ciernen al capitalismo, la explotación, la acumulación y la deshumanización.
No obstante a este análisis a primera vista fatalista, de las condiciones de posibilidad de la existencia de las poblaciones vulneradas, anormales/marginales, se ciñen propuestas alternativas, tejidas al interior del propio sistema homogenizante y deshumanizador, propuestas que comprenden que desde los bordes, las fisuras y la resistencia, tanto práctica como académica e intelectual se pueden construir otros caminos, lugares y condiciones de posibilidades diversas que no se ciñen a discursos descontextualizados, sino por el contrario, generan sus propios discursos y legitiman su propia existencia.
Ahora bien, para lograr identificar estas diferencias en las concepciones y por tanto en las formas y posibilidades es necesario tener claro que, la relación entre saber/poder ha establecido sino unos estados de dominación, al menos unas relaciones de dominación con las cuales se objetiva cierto saber que comulga con la insignia de verdadero, delegando un papel de olvido, invisibilización y exclusión a cierta cantidad de planteamiento teóricos, y especialmente prácticos que desarrolla el campo de la educación. Este último en completa relación con los diferentes postulados planteados desde otras áreas del conocimiento, ha quedado delegado a un papel dependiente frente a saberes que desde una tradición francófona se han delimitado como “Ciencias de la Educación”.
Por tanto, es necesario considerar que de la práctica político/pedagógica de la educación es imperioso revertir dicha relación de dominación, no para encausar la dominación del conocimiento olvidado, sino visibilizar otras posibilidades, ensalzar pedagogías otras:
De entrada consideramos pertinente introducir un cuadro de diferenciaciones para ubicar la cuestión desde otra perspectiva con el fin de liberarnos de un esquema de pensamiento, habitual en nuestras instituciones académicas, que supone asumir la educación como una invariable o en todo caso como una variable dependiente; una perspectiva para historiar la educación, a partir de reconocer que ella está inmersa en la práctica pedagógica. Se asume, desde luego, la educación como parte de la compleja trama de la práctica social, pero advirtiendo que la educación no está desligada de la pedagogía, ni tampoco únicamente sometida a las variaciones de las estructuras políticas y sociales, porque ella encuentra en las prácticas pedagógicas formas de permanencia o de cambios que no obedecen siempre el ritmo de los cambios sociales. (Martínez Boom & Narosowski, 1997, p. 93)
Estas alternativas caben propiamente en la identificación proyectual de la postura ético política del maestro como un agente social del cambio, como un científico social que posee un saber específico que es el de la pedagogía, y que por tanto tiene un estatus que le permite enunciar acerca de las condiciones de la educación, enmarcadas dentro de un campo social, pero no dependiente de él. Por tal, el maestro es un científico que tiene el deber de realizar cambios a partir de su conocimiento. Un pedagogo que ofrezca una educación:
Que posibilite al hombre para la discusión valiente de su problemática, de su inserción en esta problemática, que lo advierta de los peligros de su tiempo para que, consciente de ellos, gane la fuerza y el valor para luchar, en lugar de ser arrastrado a la perdición de su propio “yo”, sometido a las prescripciones ajenas. Educación que lo coloque en diálogo constante con el otro, que lo predisponga a constantes revisiones, a análisis críticos de sus “descubrimientos”, a una cierta rebeldía, en el sentido más humano de la expresión; que lo identifique, en fin, con métodos y procesos científicos. (Freire, 2009, p. 27)
Esta educación permite posturas de enunciación, de empoderamiento del otro; resignificar los postulados de poder, haciendo que el otro se conciba a sí mismo como un sujeto político que posee cierto poder y determinación por sí mismo frente a las condiciones ofrecidas socialmente; que lo lleve a designarse en la reversión histórica de su práctica social, como corresponsable de la construcción y deconstrucción de una sociedad en la cual está inserto.
Esta postura crítica y fortalecida de un maestro en cuanto a su relación entre saber y poder devenido de la pedagogía, a primera vista suena a un deber ser que pareciera estar lejos de las realidades educativas, pues aunque en la formación inicial de maestros se alcance a tener contacto con algunas de las ideas educativas, pedagógicas y políticas propuestas por pedagogos como Paulo Freire, Olga Lucia Zuluaga, o Alberto Echeverri, estas ideas/propuestas se desdibujan en el lugar de la escuela y el sistema educativo colombiano en su conjunto.
Pues una escuela y por tanto, un sistema educativo, regidos por un sin número de normativas que se debaten en complejos discursos de inclusión, diversidad, calidad y competitividad, que a su vez busca responder a estándares y por tanto homogeneiza un servicio que paradójicamente se esgrime como derecho de toda la población en Colombia, sin importar su raza, religión, genero, clase social, condición física, cognitiva o sensorial; no puede constituirse en una de múltiples alternativas de formación, por el contrario y según toda la legislación y estructura, son regidas por estamentos supranacionales, se constituye como la única opción de formación. Pero ¿cómo medir competitividad, calidad y responder al mercado sin importar estas distinciones? es imposible, por tanto un sistema, que utiliza la escuela para representar un espacio de formación de un sujeto/ciudadano ideal, que responda a las demandas de la sociedad que se construyen a la luz del desarrollo económico y son lideradas bajo políticas neoliberales que se solapan en discursos amplios y diversos, cierra todo camino y posibilidad alterna. Aunque su estructura presente fisuras, limites, bordes que permiten construir alternativas.
Y por tanto, es en los límites, las fisuras, los bordes de este sistema educativo, regido y constituido por las ideas neoliberales, donde es posible encontrar espacios, sujetos, ideas y planteamientos, que entienden el lugar político/social/pedagógico del maestro, que lleva a la construcción de caminos —otros— no como una imposición, o una acción reaccionaria, sino como una opción, una alternativa que se teje al interior del propio sistema educativo.