ISSN: 2594-2751

La verdad científica (Epistemología del Desarrollo Humano)

Juan Lafarga

En la integración y la armonía de lo diferente,
está la verdad científica.

Existen tantas maneras de percibir la realidad cuantas personas hay en el universo. Si se mostrara un objeto común y corriente a un grupo cualquiera y se le pidiera que cada uno de sus miembros describiera en no más de cinco líneas, se podría constatar que no se producirían dos descripciones iguales. Ante la multiplicidad de percepciones se podría tomar la postura de un profesor o un científico autoritario: los que la perciben como yo, están siendo objetivos y merecen la calificación de 10. Quienes se vayan distanciando de mi percepción van obteniendo calificaciones de nueve, ocho, siete o cinco. Pero también se podrían integrar las percepciones de todos y obtener una aproximación más cercana a la realidad del objeto. Esta aproximación, aunque el ejemplo sea trivial, estaría más cerca de la “verdad científica”.

Toda percepción humana es subjetiva y parcial porque el hombre no tiene acceso directo a la realidad, sino a través de los datos sensoriales integrados en su campo perceptual y éste es distinto en diferentes personas, ya que cada una tiene una dotación genética irrepetible y, además, las circunstancias de su vida han sido diferentes y también éstas determinan la forma y estilo de percibir.

El ejercicio de mostrar un objeto común y corriente a un grupo y preguntar a cada uno de los miembros del mismo cómo lo describiría, se puede repetir indefinidamente y constatar que siempre se obtienen los mismos resultados, esto es, las descripciones hechas por cada uno de los miembros del grupo son en mayor o menor grado diferentes e incompletas. Mientras más complejo el objeto, más diversas serán las formas de percibirlo.

Si la verdad objetiva está en la correspondencia de la realidad con la imagen perceptual, podemos estar seguros de que nunca llegaremos a dicha correspondencia por la limitación de los datos sensoriales. Sólo nos acercaríamos a ella por aproximaciones sucesivas. Es decir, cuantas más percepciones diversas se integran, más cerca se estará de la verdad. Sin embargo, por más percepciones subjetivas que se pudieran acumular e integrar en forma armónica, nunca se llegaría a la verdad objetiva, esto es, a la absoluta correspondencia entre la realidad y la imagen perceptual.

Dicho de otra manera, la realidad es únicamente accesible al conocimiento a través de la percepción subjetiva de cada persona, y como cada una la obtiene en forma diferente e incompleta, ni siquiera la suma e integración de estas percepciones subjetivas de todos, garantizaría una percepción objetiva. 

Supongamos que un mismo experimento en física pudiera repetirse con las mismas características en diferentes ocasiones. Si se obtienen en todas los mismos resultados podemos decir con certeza que se está más cerca de la verdad objetiva. De todas maneras, ésta nunca podrá ser alcanzada en su totalidad, por el simple hecho de que un experimento que se repite no puede tener las mismas características del anterior, ya que varían las circunstancias de espacio y de tiempo, para empezar. 

Las representaciones sensoriales en el campo perceptual me dicen que existe fuera y dentro de mí una realidad objetiva, pero al analizarla me doy cuenta que mi percepción de ella es limitada y necesariamente subjetiva, porque obedece a mi propia estructura genética y a mis experiencias de aprendizaje. Todo experimento genera una nueva aproximación a la realidad objetiva, pero ninguno, ni todos en conjunto la descubren en su totalidad. Mientras más experimentos se lleven a cabo y se conduzcan con mayor cuidado y rigor metodológico, podemos decir que nos vamos acercando a la verdad objetiva, sabiendo de antemano que nunca llegaremos a conocerla en su plenitud.

De aquí puede inferirse que todo conocimiento, producto de la experiencia o de la investigación, aun obtenido con el mayor ingenio y rigor, es por naturaleza parcialmente objetivo y sólo ofrece una versión incompleta de la realidad, aunque no deja de ser una válida aproximación al descubrimiento de la realidad objetiva y puede ser base de nuevos conocimientos y aplicaciones a la tecnología. La afluencia interminable de nuevas aproximaciones al conocimiento de la realidad objetiva enriquece cada día más el valioso acervo científico e histórico de la humanidad y genera un perfeccionamiento constante en la calidad de la vida humana. 

De estas consideraciones se deduce que las aproximaciones a la realidad de las llamadas “ciencias duras”, como la física, la química y las matemáticas, son de hecho más confiables y más cercanas a la realidad, puesto que sus variables son menos complejas y los instrumentos de medición que utilizan miden con escalas de intervalos iguales. Por ejemplo, 40 cm son el doble de 20 y cada centímetro es igual a cualquier otro. En cambio, en las “ciencias blandas”, como la psicología, la sociología o la antropología, las aproximaciones a la realidad objetiva son más difíciles, porque las variables se multiplican en número y variedad a medida que el objeto del conocimiento se torna más complejo. Y además porque la medición en las llamadas ciencias blandas es meramente analógica,1 es decir, no es propiamente una medición, sino una valoración conceptual en términos numéricos. Se puede afirmar que una persona con un cociente intelectual de 120 es más inteligente que otra con un cociente intelectual de 100, pero como no medimos con escalas de intervalos iguales, sino con valoraciones conceptuales diferentes, un cociente intelectual de 120 no necesariamente es lo doble que uno de 60, ni se puede decir, que la distancia de 100 a otro de 110 es la misma que la de 110 a 120.

Si la medición cuantitativa es subjetiva, dado que los resultados de cualquier experimento están sujetos a la interpretación de los investigadores, cuanto más lo es la “medición cualitativa” cuyos instrumentos, —aunque utilicen los símbolos matemáticos— producen resultados meramente conceptuales. Las experiencias humanas no son propiamente medibles, son únicamente valorables, pues las escalas con que se “miden” son conceptuales y sólo indican que una experiencia es más intensa que otra, una percepción es más nítida, más compleja, pero nunca sabremos cuánto, por carecer de un método propio para abordar la problemática humana.2 

Toda medición en las ciencias blandas, por cuantitativa que se pueda considerar, es de carácter cualitativo, ya que no está propiamente midiendo sino valorando comparativamente. El único método apropiado hasta ahora para evaluar en las ciencias blandas es el cualitativo, tal como afirmó Weber.

Tomemos en concreto la valoración, más no “la medición” del aprendizaje, de la motivación o del comportamiento humanos. Es muy explicable que por la complejidad del ser existan diferentes teorías o hipótesis filosóficas y psicológicas para explicarlos y valorarlos. Se puede ver al hombre desde la perspectiva de Aristóteles o de Platón, de San Agustín o de Santo Tomás, de Leibnitz, de Locke, de Pavlov, de Descartes, de Freud, de Fromm, de Skinner, de Rogers o desde otras más. Yo podría decir que todas estas aproximaciones son incompletas, pero válidas y más bien complementarias que contradictorias, ya que cada una aporta elementos nuevos a la comprensión de la complejidad del ser humano, desde perspectivas muy ricas y todas diferentes. Tal vez la única prescindible sería aquella que cierra todas las puertas, excepto la propia, es decir, la que se considera la única válida y descalifica a todas las demás. 

Los grandes filósofos y científicos han sido integradores de los conocimientos de su época y descubridores de nuevos. Santo Tomás integró en la Suma Teológica los conocimientos de su época, a saber: la filosofía aristotélica y la de los científicos y filósofos árabes como Averroes y Avicena y otros más, así como las diferentes formas de entender la misma filosofía. Aunque también descalificó a muchos pensadores que no opinaban como él, en estas descalificaciones no está la fuerza de su pensamiento, sino en su capacidad de sintetizar lo aparentemente diverso o contradictorio.

1 Análogo es aquello que en parte es igual y en parte diferente.
2 El mayor problema de la “medición” en las ciencias blandas está en utilizar un método de medición que no responde a la complejidad de los datos. Estamos tomando prestado un método inadecuado en espera de uno propio.

Los grandes humanistas del Renacimiento, como Lorenzo de Médicis, Tomás Moro, Erasmo y Leonardo da Vinci, fueron los grandes integradores de los conocimientos antiguos con los descubrimientos de  la época en que vivieron, aunque muchas veces estuvieron en desacuerdo con opiniones que contradecían su propia manera de pensar y los descalificaron. En la música de Beethoven fácilmente se advierten las influencias de Bach, Handel y Mozart.

Víctor Hugo y los enciclopedistas Montesquieu, Diderot, Voltaire y Rousseau integraron en su filosofía social las inquietudes de su época. La independencia de México fue consumada por la capacidad integradora de Iturbide que supo unir las fuerzas dispersas de los insurgentes con las de los realistas en busca del objetivo común, irrenunciable, de las aspiraciones del país: la independencia. 

Los insurgentes dispersos nunca la hubieran conseguido y los realistas por sí solos no hubieran podido contener la avalancha de los insurgentes.

La teoría de la relatividad de Einstein y las aplicaciones que de ella hizo Openheimer, así como la física cuántica de Max Planck no sólo no niegan las aportaciones de Newton, de Copérnico y de Galileo, sino que las llevan a sus más avanzadas expresiones.

 

En la experiencia humana muy probablemente no se dan los sentimientos puros. Casi todos se expresan en polaridades, es decir, no hay amor sin algo de rechazo, no hay alegría sin algo de tristeza, generosidad sin egoísmo o flexibilidad sin rigidez. Tal vez en la aceptación integradora de las polaridades esté el buen manejo de los sentimientos, ya que en el reconocimiento de estas polaridades está la mejor aproximación a la verdad de la experiencia y la aceptación de esta aproximación a la verdad es generadora de salud.

Los esfuerzos integradores de los conocimientos de la humanidad cuanto más abarcan son más válidos y generan nuevos descubrimientos y aplicaciones para impulsar la comprensión del universo y aumentar la calidad de la vida humana. Tal es el caso de la investigación y la tecnología japonesas que integraron las de Occidente con las propias y pusieron al Japón a la vanguardia en electrónica, fotografía y producción de automóviles, antes prerrogativa de Estados Unidos y de Europa. 

Se puede estar en desacuerdo con las hipótesis, afirmaciones y opiniones de otros filósofos, científicos o simples seres humanos, lo cual es inherente al proceso del diálogo. Lo que realmente aleja de la verdad científica es la polémica descalificante, considerar que la verdad del otro no es válida, que unos tienen razón y que quienes piensan diferente están sencillamente equivocados. Es rechazar las alternativas de integración y ver peligro en ellas. Qué riesgoso resulta decir “estás equivocado”. Es probablemente más cercano a la realidad “no estoy de acuerdo” o “yo lo veo de otra manera”. La primera afirmación conduce a una polémica descalificante, como dije antes. La segunda abre las puertas al diálogo, al intercambio de puntos de vista, a percepciones más complejas e integradoras de la realidad y facilita la negociación cuando se trata de un conflicto.

Tal vez la necesidad que aparece en algunos de rechazar y descalificar las opiniones contrarias o diferentes a las propias, deriva de la inseguridad inherente al ser humano, producto de su ignorancia, ya que cuanto más sabe, más fácilmente cae en la cuenta de la magnitud de lo que ignora, como también de la intuición aterradora de que por más que se aproxime a la verdad objetiva nunca podrá alcanzarla.

El enfoque centrado en la persona de Carl Rogers —columna vertebral del humanismo en psicología— parte de la premisa de que toda percepción de la realidad es válida, aunque no necesariamente verdadera. Lo que hace el terapeuta y lo que lleva a cabo el facilitador, acompañando en el crecimiento personal, es validar —a través de la empatía, la actitud positiva incondicional y la congruencia— las percepciones y sentimientos genuinos que las personas tienen de ellas mismas. Es decir, compensando con respeto, reconocimiento y amor incondicional, los sentimientos y percepciones introyectadas, a través de la vida, producto de las descalificaciones y los rechazos de que han sido víctimas en su propia familia y por parte de otras personas significativas. 

Cuánto se hubiera fortalecido la teoría psicoanalítica, si Freud, en lugar de excomulgar a Adler, Jung, Frankl y a Fromm, hubiera integrado sus aportaciones como válidas y hubiera enriquecido la propuesta psicoanalítica que, como todas las hipótesis científicas, no ha sido ni podrá ser validada en su totalidad.

Entre las etapas del proceso evolutivo descritas por Hegel, probablemente la que constituye el culmen y que más aporta al enriquecimiento de la experiencia humana es la síntesis, que integra los más valiosos elementos de la tesis y de la antítesis.

Qué peligroso, en último término, sería afirmar que una persona está equivocada en la percepción que tiene de su realidad, aunque se tratara de una percepción evidentemente distorsionada o psicótica. Todas las percepciones humanas tienen su razón de ser. Y si alguien quisiera que una persona con percepciones etiquetadas como neuróticas o psicóticas progresara hacia la salud mental, tal vez tendría primero que adentrarse en el mundo del neurótico o del psicótico y validar en este contexto dichas percepciones sin etiquetarlas. Recordemos que validar no es lo mismo que estar de acuerdo. Significa únicamente transmitir que uno es capaz de entender la realidad en el contexto de quien la percibe.

Probablemente la confrontación en psicoterapia y, en general, en las relaciones interpersonales, no tiene tanta fuerza impulsora del crecimiento personal como la comprensión empática profunda de la realidad percibida por otra persona, por falsa, neurótica o psicótica que esta percepción pudiera parecer.

El gran poder de la psicología humanista estriba en haberse convertido en el sustrato de las prácticas psicológicas que en la actualidad han tenido más éxito para aumentar la salud y la calidad personal en la escuela, la fábrica, la oficina y la administración pública. Este poder se fundamenta en la habilidad integradora que los psicólogos humanistas han venido promoviendo —en los cinco continentes— para favorecer e impulsar la salud mental y emocional, ofreciendo grupos, talleres, seminarios y otras experiencias de aprendizaje, con la finalidad de elevar la autoestima, el autoconocimiento, la asertividad, la comunicación interpersonal, la ética, la creatividad y la autonomía, entre otras dimensiones relevantes del crecimiento personal.

A mi juicio han tenido éxito porque han podido integrar con una sabiduría, a veces inconsciente, las aportaciones de distintos filósofos y psicólogos, de la fenomenología, del existencialismo, del psicoanálisis, del constructivismo y de la ingeniería conductual, de la Gestalt y la biogenética, así como de otras hipótesis científicas, según las necesidades de cada persona, de cada grupo y de cada sociedad.

Lo anterior es válido no como una estrategia ecléctica, sin columna vertebral, sino con la capacidad de colaborar activamente en el diseño de trajes a la medida adaptados a las circunstancias personales, es decir, con la capacidad para integrar una psicología diferente para cada persona, a decir de Allport: para entender el mundo peculiar de cada ser humano.

Así, se atienden necesidades que no tienen que ver tanto con disfuncionalidad y psicopatología, sino con la manera de manejar satisfactoriamente la problemática de la vida y con el modo de aprovechar mejor los recursos para el crecimiento personal.

Cada vez hay más consciencia de la importancia de la calidad personal en los hogares, en las escuelas y en las empresas y, por tanto, de la necesidad de aumentar en los individuos, los grupos y la sociedad el autoconocimiento, la autoestima y la efectividad en el manejo de las relaciones interpersonales. No sólo como habilidades y destrezas para la vida, en general, sino como instrumentos para el trabajo, para la producción, para el gozo de las artes y de las ciencias y para un mejor aprovechamiento de las oportunidades para el descanso, el buen humor, el solaz y la diversión. Muy probablemente también, y esto podría sujetarse a la investigación, con las necesidades que tienen que ver con el dar sentido y significado a la propia existencia y con el manejo de la dimensión espiritual latente o manifiesta en todos los seres humanos.

Teilhard de Chardin, arqueólogo, antropólogo y filósofo de principios del siglo pasado, destaca dos eventos primordiales en el proceso evolutivo del universo: a) la transformación de la materia inerte, a través de un complejo proceso de integración de elementos, en materia viva, es decir, la aparición de la vida en el universo, y b) la aparición de la consciencia, producto de la complejidad e integración de los elementos generadores de la vida humana. Describió este segundo evento como “el fenómeno humano”. Es decir, la aparición de la conciencia refleja en el proceso evolutivo es nada menos que la aparición del hombre sobre la tierra.

Considera Teilhard que el fenómeno evolutivo hasta llegar a la consciencia refleja es producto de esa misteriosa tendencia a la evolución, impresa de alguna manera en todas las partículas, los átomos y células del universo que se manifiesta en una creciente complejidad y armonía de todo lo que existe. Avizora el futuro del universo como la integración armónica de la materia, la energía y el pensamiento, las culturas, las religiones y las ideologías, las ciencias y la tecnología en una muy compleja realidad que denomina el punto omega.

La tendencia entrópica hacia el deterioro paulatino de lo que existe, así como el dinamismo descrito por Darwin como “la sobrevivencia del más fuerte”, considerados clave del proceso evolutivo, son meramente etapas de ese mismo proceso, a veces progresivo y otras regresivo, que impulsa el universo. Así como la muerte del viviente es parte del proceso evolutivo de la misma vida, la entropía y el dominio del débil por el fuerte son etapas tempranas del movimiento evolutivo integrador que sigue su curso hacia el culmen de la complejidad en la armonía universal.

Es posible constatar en estos momentos históricos que así como en la economía y en la política mundial todavía se manifiesta el dominio de los más fuertes —llámense individuos, grupos o naciones— sobre los más débiles, crece también en diferentes sectores, la consciencia, basada en la racionalidad del ser humano y en su tendencia evolutiva, de que para la sobrevivencia y evolución del mundo es necesaria la colaboración armónica de todos para substituir la competitividad por la competencia y la ganancia de algunos por la ganancia de todos, de tal manera que los habitantes del planeta y los seres todos que constituyen el universo, tengan oportunidad de evolucionar armónicamente hacia el punto de confluencia universal, omega.3

Conclusión

La verdad científica no es producto únicamente de la pertinencia y del rigor metodológico de una investigación, sino de la capacidad e ingenio del investigador para integrar en armonía lo diferente y lo contradictorio.

3 La racionalidad, apuntó Teilhard, es la base de lo que llamamos libertad en el ser humano que lo hace cocreador y por tanto corresponsable del destino del universo.